Fuente: http://fc04.deviantart.net/fs71/i/2010/020/c/e/The_Beast_Under_Your_Bed_by_Azzurayelos.jpg
Skin crawls
Wind is walking
Through the walls
Now there's nowhere to run
--Monster, de 3
Recuerdo que de chico solía ser muy asustadizo, creía demasiado en las historias que mis amigos contaban sobre fantasmas o monstruos, y le tenía un especial terror a la oscuridad. En ese entonces para mí todo era posible: pensar en la aparición del espíritu de un familiar fallecido, en los duendes que merodeaban en la cocina durante las noches, en los ruidos extraños en casas abandonas e incluso en juegos como la Ouija me ponían en un estado de ansiedad extremo. Antes de ir a dormir procuraba cerrar ventanas y puertas para que ningún "intruso" se introdujese en mi habitación, prestaba especial atención a sonidos extraños y nunca olvidaba dejar una luz prendida. Así fue hasta los doce años.
Durante mi adolescencia fui olvidando aquellos miedos infantiles que surgían de ideas que fui considerando jaladas de los pelos, aunque conservé algunos otros, como el miedo a la oscuridad. Si bien respetaba las historias que mis amigos contaban, dándole un mínimo espacio a la credulidad y uno más grande al escepticismo, muchas veces no me atreví a entrar en habitaciones oscuras o sentí nervios desproporcionados al caminar por pasillos sin luz. La idea de que algo, lo que sea, se escondiese donde mi vista no alcanzara a notar me causaba terror, a pesar de creer que ni fantasmas, duendes, brujas o demonios podían existir.
Contaba todo aquello por algo gracioso que me sucedió. Es especialmente chistoso debido a mi actual postura respecto a seres sobrenaturales y a las mil y un historias que cuentan acerca de ellos. Ahora sí no creo en nada que la lógica o la ciencia no puedan explicar; en lugar de pensar en fantasmas pienso en ladrones, por ejemplo. Doy cierta cabida al misticismo y a la espiritualidad, pero me considero más una persona racional ante todo. Por ello es que me da risa y hasta avergüenza lo que contaré a continuación.
Una buena amiga mía solía decirme que no le gustaba quedarse estudiando hasta muy tarde, que siempre dormía antes de las tres de la madrugada, pues los fantasmas solían aparecer a esa hora. Nunca consideré esa idea más que como una graciosa ocurrencia de su parte, pero debió ser suficientemente importante como para recordarla, pues hace unos días desperté a esa misma hora por un ruido proveniente de la cocina y quedé paralizado al ver una silueta blanca cruzar el pasadizo frente a mi cuarto. Primero pensé en mi abuela, lo más lógico, pero mi cabeza me hizo pensar que tal vez no era ella, sino algo más. Pasé a imaginar que podía ser un espíritu, y no encontré ni una sola razón para refutar tal idea; no podía dar con una mejor explicación, el que un fantasma acabara de aparecerse parecía como algo totalmente posible e indiscutible. Muerto de miedo cubrí mi cabeza con las sábanas, di la espalda a la puerta e intenté volverme a dormir.
Ya de día, muy consciente de lo sucedido aquella madrugada, no pude más que sentirme totalmente avergonzado. Culpé al sueño y a la serie de asociaciones que mi cabeza pudo haber hecho en ese estado somnoliento, y terminé riendo al verme a mí mismo debajo de las sábanas como un pequeño niño asustado, como alguna vez lo fui en el pasado. Más allá del humor que pudo generar en mí tal episodio, comencé a reflexionar hasta qué punto soy como digo ser, en qué medida soy racional cuando se trata de lo sobrenatural. Quizás, y sólo quizás, realmente creo en lo paranormal, pero el miedo que me genera pensar en ello se encuentra enmascarado por la búsqueda de explicaciones racionales y científicas, las mismas que podrían hacer las veces de sábana cuando no estoy durmiendo. Lo cierto es que por más inadmisible que considere la existencia de monstruos, a mi niño interior aún le cuesta tomarme en serio.
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