jueves, 4 de marzo de 2010

Veni, vidi, vici (segunda parte)


I would stand in line for this
There's always room in life for this

--Extreme ways, de Moby


Llegamos al hotel después de dos horas y media de pedaleo, exhaustos y hambrientos. Aproveché en almorzar algo sustancioso dado que había tomado un desayuno ligero aquella mañana, y caí dormido minutos después. El resto de la tarde tratamos de disfrutar del hotel, que no era realmente lo que habíamos esperado. La piscina no era tan grande como la foto que muestran de ella en su página web, el espacio dedicado a áreas verdes es igual de decepcionante y el trato no fue tan amigable como hubiese esperado, pero por lo que pagamos fue suficientemente satisfactorio.

Al igual que la noche anterior, repasamos los planos y los cálculos de distancia y tiempos que tomaría llegar a Lurín, Pachacamac y, finalmente Lima. Nos tomaría cerca de tres horas y media recorrer cuarenta y cinco kilómetros en total, un poco más del doble de lo que habíamos hecho el primer día, si bien de bajada la primera mitad, de subida la segunda. La sensación de satisfacción de haber llegado a Cieneguilla después de un arduo pedaleo era ensombrecida por el nerviosismo de lo que vendría después, la parte más extensa y trabajosa del viaje, una prueba de fuerza de voluntad y resistencia física antes que un recorrido de ocio.

El día siguiente salimos del hotel casi sin querer hacerlo, sabiendo lo que tendríamos que pasar ese día. Pero una vez que llegamos al óvalo, nuestro punto de partida hacia Lurín, decidimos repetir la bajada que nos llevó a Cieneguilla. Por (razonable) flojera metimos las bicicletas en un taxi y nos llevaron hasta la cima en lugar de pedalear los cinco kilómetros cuesta arriba. Para mi gran suerte, al sacarlas del maletero, golpeé un extinguidor de fuego y terminé bañado en polvo químico que, felizmente, no causó mayor problema que ensuciarme y a mi bicicleta. La experiencia de bajar la pendiente fue tan increíble como el día anterior, y para añadirle emoción y preservarla para siempre (o tanto tiempo como sea posible) montamos mi cámara fotográfica en el timón de Charlie, la pusimos en modalidad de videocámara y grabamos toda la bajada.

Como esperábamos, la primera parte del trayecto de ese segundo día fue relativamente fácil y amena. No había un camino asfaltado, sino que era una zona rural con vías de tierra y piedras bordeada por cerros, un río y mucha vegetación. Fue divertido pedalear por un territorio desconocido y a la vez muy tranquilo, un excelente cambio a mis usuales rutas plagadas por el tránsito y el ruido vehicular. Esperaba tener inconvenientes más cercanos al tipo "canino", algo así como ser perseguidos por perros, pero, a pesar de cruzarnos con muchos que nos miraban con cara de pocos amigos (que siempre, misteriosamente, se encontraban en pequeñas subidas donde inevitablemente íbamos más lento y éramos presas más fáciles) y de pasar una parte especialmente peculiar donde fueron apareciendo perros uno tras otro, no sucedió nada malo.

Cuando pasamos Lurín y estuvimos en Pachacamac creímos habernos perdido, pues habíamos seguido una ruta recta por varios kilómetros y no nos ubicábamos en el mapa que teníamos. Felizmente esta sensación duró poco, pues pronto supimos dónde estábamos. Entramos a la antigua Panamericana Sur, cortamos camino por una trocha cubierta por cultivos (donde por fin tuvimos nuestro primer y corto encuentro cercano con un grupo de perros agresivos) y llegamos a la parte que habíamos estado temiendo desde el comienzo, la carretera en sí.

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