I know the truth is out there
If you want to see
I know the truth is in here
If you want to feel
--The truth is in here, de Ayreon
Hace poco comencé a ver una serie relativamente nueva llamada Lie to me, y aunque no es especialmente extraordinaria me encantó la premisa en la que está basada, el descubrir mentiras a través de micro-expresiones faciales en personas que las dicen.
Me gusta el programa debido a su alto contenido psicológico y, particularmente, por todo lo relacionado a la verdad, un tema que definitivamente se encuentra entre mis favoritos. Si bien puedo criticar algunas cosas, como la evidente exageración en las expresiones físicas de los actores (que al final es solo una forma de involucrar al televidente, pues lo hace sentir que también está descubriendo pistas) o la poca continuidad entre cada episodio sin una trama general al estilo de series como Lost o 24, admito que me tiene bastante interesado debido a todo lo que voy aprendiendo.
Ver este programa y concentrarme en el protagonista me hizo pensar en cómo sería poder saber la verdad siempre, cómo me sentiría al saber cuándo me mienten y cómo podría utilizar esta habilidad para mejorar las vidas de otros. El primer capítulo es básico en tanto el protagonista logra ver mentiras en personas que no son parte de sus investigaciones y prefiere callar antes que decir algo, como si pensara que la verdad no siempre es el camino correcto. Al final del mismo también se ve cómo parece cambiar de opinión e involucrarse en un asunto que no le concierne por la pura defensa de aclarar algo que no es cierto.
Entonces, ¿hasta qué punto saber la verdad puede ser benéfico más allá de las aplicaciones en ámbitos legales o, como en la serie, criminales? Si se trata de saberla en la vida cotidiana, y teniendo en cuenta que es parte de la naturaleza humana mentir, ¿no quedaríamos decepcionados la mayoría del tiempo al saber que no todo es como se nos dice? Esto me recuerda a un capítulo de la serie de dibujos La granja de Orson, que de cierta forma discute este tema y llega a una conclusión que yo aún no sabría si aceptar: conocer la verdad puede ser incluso peor que desconocerla.
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