jueves, 16 de abril de 2009

Soñando despierto (segunda parte)


Take a chance on me, yeah
You're my remedy, yeah

--The pageant of the bizarre, de Zero 7



El día llegó más rápido de lo que hubiera deseado, y las ansias me carcomían desde horas antes de tal manera que por buena parte de la mañana y prácticamente toda la tarde no hice más que andar por la casa pensando qué hacer con mi tiempo, buscando formas de entretenerme, intentando distraer mis pensamientos. Ya no era miedo, era (extraño como suene) seguridad.


Cuando entré a la casa de mi amigo, ya casi estaban reunidos todos los que participarían del ritual, todos mayores que yo por al menos cuatro años, un mínimo de cuarenta y ocho meses de experiencias adicionales a las que yo podría tener. Felizmente el lugar me era bastante familiar, al igual que la mayoría de las personas, así que de cierta forma me sentía acompañado, pero no podría decir lo mismo del inexistente sentimiento de protección. Quienes conformaban el grupo eran dos amigos míos, tres familiares de uno de ellos, la empleada doméstica, una pareja de hombres de casi mediana edad, el chamán, su asistente y yo.

Lo primero que hicieron fue pasar una serie de diapositivas con dibujos hechos por el chamán, Noé, quien dijo haberlos hecho en base a las visiones que había tenido en anteriores rituales. En ese punto ya comenzaba a preguntarme qué tan claras serían las cosas que vería, si las imágenes serían las encargadas de curarnos o si solo eran efectos secundarios. Hasta ese momento estaba tranquilo, asombrado por las imágenes y por las historias que las acompañaban, ambas necesarias para crear la atmósfera de misticidad y espiritualismo entre los asistentes. Ahí fue que noté algo: por más ideas soñadoras que tenga, por más de ser creyente de un poco más de lo que el ser humano promedio creería, sabía que me costaría creer todas esas cosas. Puedo dejarme llevar, puedo imaginar fuerzas invisibles que gobiernan sobre la vida, pero mi cabeza está acostumbrada a la ciencia, le encanta racionalizar las cosas y encontrarles explicación. Esto sería un problema más adelante.

A las diez en punto de la noche estuvimos subiendo al cuarto desocupado del tercer piso, lugar al que solo recuerdo haber subido una vez anteriormente, cerca de los nueve o diez años. Nos sentamos sobre cojines y un colchón con nuestras espaldas contra las paredes, yo al lado de uno de mis amigos y de la puerta de salida, que podría haber tomado como el mejor asiento del lugar, pero solo podía pensar que tal vez no lograría tener la experiencia completa de estar al lado de la única fuente de aire. Sin embargo, no me cambié de sitio. Noté que habían siete u ocho baldes posicionados en todo el cuarto, útiles si la bastante posible necesidad de vomitar surgía. No por nada llaman a este tipo de ceremonias por el nombre de "purga".

Cuando todos estuvimos preparados, el ritual comenzó. No recuerdo con exactitud la sucesión de hechos ni todo lo que se hizo como preparación inicial, pero el primer paso que tomamos los presentes que no presidíamos la ceremonia fue ser llamados uno a la vez para tomar un vaso con una pequeña cantidad del líquido meloso, marrón negruzco, espeso, amargo y difícil de tragar. Durante mi turno tuve que concentrarme y pedirle mentalmente a la planta cuál era el motivo de mi presencia, de qué esperaba ser curado y qué me gustaría ver, pero solo atiné a pensar en lo primero y en lo segundo y ya no en lo tercero. Luego tuve que tomar del vaso y casi me atoro, pues a pesar de ser poco lo que tomaba, me era complicado saber si ya había tomado todo o aún quedaba mezcla de Ayahuasca.

Regresé a mi sitio y fui viendo cómo cada uno iba tomando un poco y preguntándome en qué momento comenzaría a sentir esa sensación de malestar de la que me previnieron antes, cuándo vería volar pájaros o escucharía la voz de la planta y su manifestación humano-femenina. Una vez que todos hubieron tomado la mezcla y se hubiesen apagado las luces, el asistente se acercó a cada uno con la pipa llena de tabaco que había estado prendiendo junto al chamán, el cual solo fumaba en silencio, y fue echándonos humo en la cabeza, en la espada, en el cuello y en las manos juntas. Después de cada uno de los pasos creí sentir una sensación de vómito debido a la poca mezcla que había quedado atorada en mi garganta y que no parecía querer ceder. Cerré los ojos tratando de olvidar la molestia y dejé que mis pensamientos me llevarán a donde estos quisieran, hasta que, de un momento a otro y sin previo anuncio, empecé a sentir un dolor terrible en el estómago y en el brazo izquierdo pinchazos inexplicables me alertaban sobre algo. No supe, sino hasta unos momentos después, cuando el asistente comenzó a silbar y a cantar, que la planta comenzaba a hacerme efecto.

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