Ayer me di una vuelta por el Carnegie Museum of Natural History, siguiendo con mis ganas de perderme en las calles de Pittsburgh en busca de significados y variedad; pensé que entre las exhibiciones encontraría algo de un interés suficiente como para hacerme olvidar muchas cosas y traer a la mente muchas otras más (y diferentes).
No recuerdo cuándo fue la última vez que visité un museo, probablemente cuando aún estaba en el colegio, probablemente en circunstancias en las que visitar el lugar en sí no había sido mi completa elección. Ahora iba por mi cuenta y por propia voluntad, tal vez fantaseando con encontrar algo que en otras oportunidades mi vista falló en descubrir, pero lo cierto es que no di con nada fuera de lo común, nada suficientemente estupendo como para explayarme en mi narración o describir con afán casi enfermizo. Nada realmente me impresionó, y odio sentir esa sensación de mundaneidad, de que ya nada goza de una grandeza "atrapa-ojos"; me decepcionó regresar con las manos medio vacías. Con lo que sí volví fue con un puñado de experiencias, definitivamente positivas y negativas, demasiado fuertes como para atreverme a contar. Fue un día de arrepentimientos, y me arrepiento de ello.
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