Acabo de descubrir una particularidad de mi peculiar personalidad, aunque no es tanto descubrir sino comprobar. Fue en el colegio, a los diecisiete años, que tomé un test de personalidad que prácticamente definió el resto de mi vida (hasta el momento), ya que los resultados mostraron que tiendo hacia la depresión. Quizás el enterarme de eso fue suficiente para sugestionarme y realmente tender a la depresión, pero no creí en esos resultados sino hasta mediados del año pasado, cuando di un examen psicológico en la universidad para poder entrar a la facultad y me aseguraron que mi personalidad realmente tiende a la depresión. A pesar de haber ingresado, me decepcionó esa particular conclusión, pues afirmaba lo que temía justamente porque he pasado por momentos emocionalmente desequilibrantes que no me gustaría repetir, pero que de seguro volveré a experimentar.
La particularidad que comprobé, de la peor manera, es que la alegría me agota; es decir, demasiada euforia, emoción o diversión en un momento o día se convierte en cansancio y hasta frustración en el siguiente, ello en el mejor de los casos. En el peor, me vuelvo una bomba de tiempo y se me dificulta estar cerca de otras personas, pues las trato mal o ellas me hacen sentir peor de lo que ya me siento. Pensé que todo esto se daba por etapas, pero ya ha sucedido suficientes veces como para alarmarme y hacerme abrir los ojos, al menos para entenderme mejor y para encontrar algún tipo de solución. Todo el buen humor que tuve ayer se ha ido por el caño; la última prueba.
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