lunes, 18 de mayo de 2009

Llamémoslo ires y venires



I always thought I'd rather
Be considered lucky than good

--Lucky, de SR-71


Nunca me consideré como alguien que cree en la buena o mala suerte, ni creo que la vida beneficie o perjudique a las personas en base a arbitrariedades, aunque la experiencia puede demostrarme lo contrario con sutiles ejemplos. El azar existe, eso no admite discusión, y las probabilidades de que algo suceda o no varían, pero me cuesta pensar que estas leyes se alteren de tal manera que el capricho juegue un papel más grande que, digamos, el destino. A mi parecer, las cosas no pasan por casualidad, por buena o mala suerte. Pasan porque así debe ser.


Ya alguna vez hablé del destino en este blog, de cómo pienso que funciona, cómo nos guía y cómo cada uno elige su propio camino. Con esto dicho, y  tomando en cuenta el párrafo anterior, me salvo de caer en contradicciones conmigo mismo, aunque sin buscar este fortuito desenlace. A lo que voy es que sí puedo ser un tanto supersticioso de cuando en cuando, no con respecto a dejar de caminar debajo de escaleras, dejar de abrir un paraguas dentro de la casa o evitar romper espejos, sino con relación a lo que podría llamarse amuletos de buena suerte. Objetos comunes a primera vista, pero cada uno imbuido con carácterísticas especiales que, en mi caso, yo mismo les otorgo debido a algún significado o valor personal.

El primero de estos objetos es una canica sin distintivos que la hagan mejor o más brillante o más colorida que otras. Fue mi primer "amuleto", el que daría paso a la idea de atesorar cosas por su carácter especial. En una tómbola del colegio, hace siete años, conseguí una bolsita con casi treinta canicas, y fue la que aún conservo la que quedó atracada en uno de los agujeros de esta bolsa y evitó que las demás salieran por él. Digamos que la buena suerte estuvo de mi lado.

Así fui consiguiendo más y más objetos, algunos fui perdiéndolos por mis descuidos, otros regalé a diferentes personas en mi vida con la finalidad de otorgarles parte de mi suerte, y otros simplemente descarté por sentir que no funcionaban. Hoy abrí el cajón de mi escritorio que utilizo para guardar recuerdos y conté todos los amuletos que tengo, siete en total. Además de la canica, un tee de golf de mi abuelo, una piedra azul, una diminuta caracola, un centavo multicolor, una bolita de lotería con el número 5 y, aunque suene extraño, un papel con el número 17 escrito encima (el amuleto en sí es el número, una abstracción, por lo que no podría guardarlo, y por ello pongo un papel en su lugar) adornan una pequeña caja que guardo en el cajón. Es curioso que sean justo siete objetos, dado que el número siete suele tomarse como uno de suerte. Pero eso ya no es casualidad. 

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