Only creatures who are on their way
Ever poison their own well
But we still have time to hate
And there's still something we can sell
--Peacekeeper, de Fleetwood Mac
Hace una semana y un poco más mi primo David me preguntó qué era lo más extraño que había visto en mis paseos bicicleteros, a lo cual no supe responder, quizás porque no he visto nada más extraño que carros transitar las calles y personas caminar por ellas, o quizás porque no pude recordar nada. Hoy intentaré responder a su pregunta.
El viernes pasado fui invitado a la casa de un amigo que no vive a más de doce cuadras de distancia de mi hogar. Era cerca de las nueve de la noche, pero la hora, el posible tráfico y la avenida que debía atravesar no presentaban problemas, pues ya había hecho el recorrido bajo circunstancias parecidas en anteriores ocasiones. Subí a mi bicicleta e inicié el pedaleo.
El camino hasta el puente no fue difícil, pero pasando debajo de él fue que noté la primera extrañeza, algo que no hice en esta ocasión pero que he hecho antes. No sería tanto algo extraño que he visto, sino algo extraño que he hecho, lo cual es pasar por la vereda infestada por transeúntes que esperan, suben o bajan de las combis que abarrotan la pista. Iría por ahí, pero con los condutores nunca se sabe.
Y lo segundo más extraño esa noche se dio en el tramo intermedio. Si hay algo que me encanta es pasar zumbando al lado y entre los carros mientras esperan que la luz verde reemplaze a la roja. A veces es divertido cruzar antes de este cambio cuando no hay autos que puedan atropellarme, pues siento que me mofo de los que deben seguir aguardando.
Y, efectivamente, esto hice en aquella ocasión, seguí mi camino sin parar en el semáforo, esquivé algunos peatones y seguí de largo. Lo extraño vino a continuación, cuando uno de los carros que recuerdo haber aventajado en la luz roja (debido a la fuerte música que escuchaban) pasó a mi lado a toda velocidad y por la ventana del copiloto salió un chico aparentemente borracho con un cigarro en la mano, quien gritó "¡Oe, préstame tu BMW, pes!" Le devolví una mirada de "Ya, webón" y pedaleé hasta la casa de mi amigo. Evidentemente se burlaba de mi bicicleta con la parpadeante lucecita roja debajo del asiento y mi luz blanca delantera, pero más me divirtió su comentario en lugar de molestarme. Visto desde otro punto de vista, puede tomarse como un cumplido. De cualquier forma, el nuevo apodo de mi bicla, a partir de ese día, es BMW, y sé que le sienta perfectamente. Y yo no me quejo.
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