miércoles, 18 de febrero de 2009

Dos ruedas y el mundo


El lunes creí que pasaría el día metido en la casa, sin contar la salida a almorzar con mi tía, pero mi tío me sorprendió a las cinco con una salida en bicicleta rumbo al centro de la ciudad. Para ser honesto, la falta de práctica de “bicicleteo” me había afectado el día anterior, pues apenas monté una hora y ya me dolían las piernas, además de que últimamente he estado comiendo demasiado y tomando gaseosa (rompí mi promesa de no tomarla por un año; no duré ni una semana), por lo que el peso extra es un problema. Sin embargo, no dudé en aceptar esta bicicleteada, lo que me otorgó una perspectiva diferente de la ciudad, tanto en visión como en olor, como diría mi tío. Pude aguantar su paso ligeramente más acelerado que el mío (el que solía tener) y mi tía y mi prima nos dieron el alcance con la camioneta, una vez que estuvimos allá, y fuimos a comer una bien merecida pizza.
El martes volví a usar la bicicleta, casi contra mi voluntad, pues mi tío se ofreció a enseñarme el lugar donde trabaja, no muy lejos del lugar en donde viven. No quería pasar la oportunidad de ir, y sabía que el recogerme restaría tiempo precioso en su horario laboral, así que acepté pasar por allí en bicicleta. Tenía un mapa en la computadora que me indicaba tomar un camino algo largo pero seguro, pero preferí buscar rutas alternas una vez que estuve montando; no fue una muy buena idea, ya que me perdí varias veces y al final terminé usando el camino designado en un principio. En el trabajo me enteré de muchos tipos de cosas, todo relacionado a barcos y yates, y me informé sobre un tema del que tal vez hable en otro momento, todo dependiendo de qué tan relevante sea. 

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