miércoles, 11 de febrero de 2009

Guau guau guau, guau guau


Mientras tomaba mi descanso en el trabajo y comía sentado junto a los ventanales viendo pasar los carros y a las personas caminar, me percaté de un perro que, por solo estar ahí en ese preciso momento, tocó uno de mis nervios más sensibles. Mi mente, irremediablemente, voló a mi Luna de chocolate, a quien egoístamente he mantenido lejos de mis pensamientos por demasiado tiempo.

Recuerdo el día en que llegué a ella, entré a la casa de mi papá y Luna corrió a mis brazos como si ya me conociese de otra vida, me dejó la cara mojadita con sus emocionados lamidos y, una vez que estuvimos solos, pronunció sus primeras palabras ante mí, una frase que no olvidaré jamás: "Desde este punto en adelante nuestras vidas no volverán a ser las mismas". No entendí a que se refería, pero a lo largo de los diez años que llevo conociéndola, después de tanto tiempo que llevamos descubriendo nuevas características uno en el otro, comprendo y reafirmo su sabia predicción.

Es verdad que ella nació después de mí, pero la he visto crecer en tamaño y en saber hasta el punto en el que muchas veces me considero su alumno en varios sentidos. Me ha enseñado cientos de cosas, desde la humildad hasta la lucha por los sueños e incluso el saber perdonar, pero no puede presumir haber sido la única tutora. La enseñanza que recibió de mí no es tan grande como todo lo que ella me ha mostrado, pero siempre me dice que saber cambiar de canales con el control de la televisión le ha servido bastante.

Como mencioné en un post anterior, tomó la decisión de callar, quedar en silencio por razones que nunca me dijo pero que prometió contarme una vez que decidiera volver a pronunciar palabras. Sin embargo, antes de irme de viaje, a manera de excepción, me dijo algo que aun hoy queda grabado en mi memoria, pero que me abstengo de escribir porque sé que no entenderán a qué se refería.

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