Little kids go out to play
They're just happy it's another day
--The good old days, de The Eels
Todavía recuerdo el "boom cabinero", época en la que una de las principales razones por las que me reunía con amigos del colegio era para ir a una que otra cabina cercana (más a sus casas que a la mía) y pasar una, dos y a veces tres o más horas frente al monitor de una computadora jugando Counter-Strike o algún otro juego, como Starcraft (que yo nunca jugaba porque siempre perdía), por ejemplo.
La primera experiencia que tuve de este tipo fue a los doce o trece años con unas cabinas cercanas a la casa de mi abuela. Unos amigos de la cuadra me llevaron ahí como curioseando, y el visitar "las chinas", sobrenombre que le dimos al lugar debido a las señoras que atendían ahí, se volvió actividad bastante recurrente. No incursionamos en los juegos sino hasta pasado un buen tiempo, primero entrábamos más chats y páginas de este tipo, y desde entonces esas cabinas se volvieron uno de los mejores sitios en los cuales pasar un buen rato. Con el tiempo nos fuimos dando cuenta que las máquinas no eran muy buenas, que los juegos corrían demasiado lento en comparación a otros lugares que fuimos conociendo por distintas amistades, por lo que dejamos a "las chinas" y empzamos a visitar otros establecimientos.
Luego vino la época con los amigos del colegio, a los quince, tal vez un poco antes, a los cuales vencía con una facilidad abrumadora gracias a mis largas horas de práctica y meses de experiencia. Pero mi racha ganadora sufrió muchísimo cuando mis amigos se volvieron igualmente adictos a los juegos como yo, lo cual nunca fue excusa suficiente para dejar de unirme al grupo cada vez que proponían ir a las cabinas. Más adelante fui escuchando de clanes, grupos, personajes conocidos por todo Lima (como Abraxas, por ejemplo [tal vez lo conozcan], cuyo nombre de usuario podía ser encontrado en varios lugares, y si se le preguntaba al encargado de turno por él de seguro diría que había estado en la cabina hacía unas horas, sin importar en qué cabina se preguntara), y me fui sintiendo pequeño, inexperto, casi ajeno a los juegos en los que alguna vez fui uno de los mejores. Fue muy gracioso escuchar en las noticias y hasta verlo con mis propios ojos que niños de no más de diez años le habían encontrado gusto a uno de los juegos, Counter-Strike, hasta el punto de ganarle a muchos veteranos.
Hoy en día sigo considerándome un "cabinero" a pesar de visitar estos lugares una o dos veces cada tres meses. Los viejos juegos no aburren, y siempre es divertido encontrar nuevas cabinas con juegos diferentes, con grupos de amigos que van al lugar tan seguido como yo solía hacerlo. Es una atmósfera peculiar, ya sea por la gente que lo concurre, por los gritos, lamentos, insultos y risas que infestan el lugar o por esa extraña comodidad que me envuelve y que me permite ser yo mismo. ¿Qué vendrá después?
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