Fuente: http://fc02.deviantart.net/fs71/i/2012/243/4/6/contrast_by_aripi-d5d1ago.jpg
I know your name, it's called Mr. Mean
One thing I learned, you don't know beans
--I walk to my own song, de Stratovarius
Desde
que ingresé al instituto de salud mental donde practico he tenido el temor de
que la rutina terminará por reducir enormemente el placer de trabajar ahí, pero
en los ya casi tres meses que llevo como interno voy notando cada vez más que
mi temor es infundado.
Si bien
ha habido días algo lentos y repetitivos, definitivamente no son la norma.
Actualmente estoy asignado al área de Rehabilitación, donde se realizan
diversas actividades grupales con usuarios que ya han pasado por un tratamiento
psiquiátrico y que desean tener vidas lo más cercano posible a la normalidad.
Los meses que he trabajado al lado de estas más de cuarenta personas han sido
muy iluminadores, tanto por lo que he aprendido de la labor psicológica como
por el trato que he tenido con todas aquellas. Escuchar y conocer sus historias
de vida me ha abierto los ojos como muy pocas experiencias que haya tenido lo
han hecho, y a veces siento que sólo escucharlos u orientarlos, por más bien
que les haga, no es comparable a lo que recibo de ellos.
Inicialmente
me quejaba de tener que decir "buenos días" (o "buenas
tardes") más de treinta veces al día, pues en todo el trayecto desde que
salgo de mi casa hasta que tomo asiento en la oficina de Psicología me cruzo
con demasiadas personas a las que quiero o debo saludar. Pero pronto pude darle
la vuelta a este tipo de rutina, lo convertí en un juego, de tal manera que ya
no es una carga, sino un entretenimiento. Cada día trato de romper mi récord de
saludos y despedidas, dirigiéndome hasta a personas que no tienen idea de quién
soy pero que igual se suman a mi conteo, el cual se acerca rápidamente a las
cuarenta.
La única
rutina es la de movilizarme hasta el instituto, la cual he llegado a aborrecer.
Por más que intento salir cada día más temprano, la línea de buses que tomo por
lo general tarda en llegar y siempre va repleto de gente, por lo que
simplemente o no subo al carro o este me deja o voy apretado la mayor parte del
camino, por no decir todo. Sudo como nunca, golpeo o me golpean y los brazos
terminan doliéndome por ir colgado de las barandas mientras el bus hace maniobras
al estilo de Meteoro. Ha sido difícil, pero hasta a estos viajecitos he podido
darles la vuelta y encontrar algo positivo. Estoy sacando harta fuerza en los
brazos, lo que me evita hacer algunos ejercicios en las tardes; practico mi
equilibrio como no lo hago en ningún otro lugar; y desarrollo mi capacidad de
atención, siempre en busca del siguiente pasajero que da muestras de levantarse
de su asiento para correr a ganarlo.
Y aún
quedan muchísimas experiencias por compartir, pero por amor a la brevedad lo
dejaré para otro momento.
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