martes, 23 de noviembre de 2010

Individualismo mal entendido


We could lose our minds
Or we could find our way
We can change the world
No matter what they say

--Together, de Styx


Esta mañana, mientras viajaba en micro, tuve la oportunidad de reflexionar sobre un tema al que le he dado varias vueltas las últimas semanas.

Quería comenzar el tema con dos anécdota. La primera se dio hace algunos años, durante una clase en la universidad, en la cual la profesora hizo un ejercicio en el que le dio ciertas indicaciones por separado y en secreto a dos alumnos. Uno de ellos comenzó a juntar las sillas y ponerlas a un lado del aula, mientras el otro hacía casi lo mismo en el extremo opuesto, hasta que no hubo más sillas por repartirse y empezaron a pelearse por las que cada uno tenía. Al no llegar a un acuerdo, la profesora pidió que cada uno nos dijese al resto de alumnos lo que tenían que hacer. Uno debía poner las todas las sillas a un lado del cuarto, mientras que el otro debía hacer un círculo con ellas. Lo curioso es que no hubo indicación alguna de que no podían hablarse o ayudarse, así que pudieron haber hecho el círculo de sillas en el lado donde se había indicado y ambos habrían conseguido lo que querían, pero sus reacciones iniciales fueron actuar uno en contra del otro.

La segunda su dio hoy, mientras iba parado, apretujado y sudando al lado de varias otras personas en la combi y miraba por la ventana a la gran cantidad de carros que transitaban la avenida principal por la que pasábamos en ese momento, la mayoría de ellos con sólo una o dos personas y un cómodo asiento trasero totalmente vacío. Pensé en cuánto más despejadas estarían las pistas (es decir, cuánto menos tráfico habría) si cada una de esas personas llevase en su carro a dos o tres personas por una ruta que van a tomar de todas formas, lo que no solo ayudaría a que todos lleguemos a nuestro destino con mayor rapidez y con menor riesgo de sufrir a manos del estrés, sino también a que los buses y micros brinden más comodidad a sus pasajeros. Inmediatamente después pensé en lo altamente improbable que es el que esto pueda darse.

Entiendo que puede ser peligroso transportar desconocidos o que justamente por no conocerlos no existe suficiente confianza como para prestarles ayuda, pero creo que el problema supera estos puntos y se aplica a muchas más situaciones. Después de llegar a la universidad me puse a leer un texto que habían dejado como tarea para una clase que tenía más tarde, y en él justamente se mencionaba lo que yo ya sospechaba: podemos vivir en sociedad, rodeados de personas, pero cada uno está por su cuenta. Nos aislamos, nos resguardamos en un grupo y alienamos a los demás, los alejamos y consideramos diferentes, cuando en realidad no podríamos ser más iguales. Cada uno vela por sí mismo y por los suyos, se cuida de los demás y compite con ellos por trabajo, dinero, notoriedad, amor, felicidad y hasta por un asiento en la combi.

Sé que sería imposible que todos nos conociésemos entre todos, pero esta sería la manera ideal de comenzar a confiar en los demás, pues es más difícil tratar mal o de forma desinteresada a quien uno conoce. Otro problema es que siempre estarán aquellos que, por una variedad de razones, buscarán conseguir más (o igual cantidad, si creen que reciben menos) beneficios que los demás (como timadores, ladrones, etc.), lo cual vuelve virtualmente imposible la idea de poder sentirse seguro o de confiar en el resto de personas. Lo curioso es que podemos sentir que somos muy diferentes de estas personas, y a veces hasta mejores; pero ¿acaso ellas no votan en las elecciones, compran víveres o quieren ser tan felices como nosotros? Y esto es si se habla de los casos más extremos, pues también existe alienación entre compañeros de trabajo, alumnos de un mismo salón y hasta familiares. Somos más parecidos de lo que queremos aceptar.

Entonces, mi pregunta es la siguiente: Si todos tenemos metas en común, si muchos vamos al mismo lugar, si todos en mayor o menor medida buscamos ser reconocidos, aceptados y queridos, ¿por qué gastar energías luchando uno contra otro o aplastando para no ser aplastado si podemos usarlas para cooperar y ayudarnos mutuamente, y así alcanzar nuestras metas de forma más sencilla, crear un mundo más pacífico y cálido? Tengo varias respuestas que van desde el miedo, pasan por la inseguridad y llegan hasta el desinterés, pero definitivamente el tema es muchísimo más complejo que esto. Todavía queda mucho sobre lo cual meditar.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Sí se puede, siempre


And if the answer is no
Can I change your mind?

--Change your mind, de The Killers


Hoy volví a ver por enésima vez una de mis películas favoritas, "Volver al futuro", de Steven Spielberg. Si bien la historia se aprecia mejor si se ve la trilogía completa, la primera parte contiene muchos mensajes, uno de los cuales mencionaré en este post.

La película se trata de un chico, Marty, que viaja por error treinta años en el pasado gracias a una máquina del tiempo inventada por su amigo científico. En ese tiempo interfiere con la forma en que se conocen sus padres y pone en riesgo la posibilidad de que se enamoren, se casen y, en consecuencia, de que él nazca, por lo que buena parte de la trama circunda alrededor de Marty tratando de remediar la situación.

Como muchas de las películas que me gusta comentar, hay muchísimo por decir, varias ideas sobre las que podría escribir por horas, pero por ahora solo resaltaré una. Creo que un punto importante es cómo se muestra a la familia antes de que Marty viaje en el tiempo, con un padre con baja autoestima y servil, una madre descontenta que bebe mucho, un hermano nada exitoso y una hermana poco atractiva. Además, se suman la estrecha situación económica y el jefe que abusa del padre. Todo esto cambia para bien con lo que Marty hace en el pasado, a propósito o no, y va de la mano con una frase que se menciona varias veces durante el filme: "Si pones tu mente en ello, puedes lograr cualquier cosa".

Creo que una de las ideas a las que se refiere con "cualquier cosa" es lograr cambiar. Pienso que toda persona tiene la capacidad de cambiar su situación sin tener que viajar al pasado y alterar ciertos eventos. No se trata de lamentar las decisiones tomadas o mirar con tristeza el camino surcado, sino de realizar acciones en el presente que puedan resultar en cambios a futuro. Puedo culpar mi estado actual, pero podría darle un mejor uso a mi tiempo y buscar soluciones. Y cuando hablo de cambio no solo me refiero a conseguir objetos materiales, volverse famoso o conquistar a la chica soñada, sino de alcanzar un estado psicológico de tranquilidad y satisfacción.

Sé que existen casos extremadamente duros, donde el mayor de los problemas puede ser encontrar algo para comer o un lugar donde dormir, o incluso intentar sobrevivir a la violencia del día a día. Personas (y hasta niños) que deben lidiar con esto son capaces del cambio que menciono, pero es importante y necesario que otros podamos brindar la oportunidad de que tal cambio se dé. A lo que voy es que uno puede alterar sus circunstancias, siempre y cuando las condiciones propicias estén presentes, y para que ello pueda ser así tenemos que ayudar y pedir ayuda. El error está en percibir el mundo de manera individual cuando nos encontramos rodeados de personas iguales a nosotros, cuando la idea no es aplastar al otro o ser el mejor, sino dar una y hasta dos manos a quien las necesite.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Recursos


Alejar a la complejidad,
Ignorar la formalidad

--Nunca, de Aliados


U: Me andaba preguntando... ¿Qué hiciste con ese bloqueo que no te dejaba escribir?
V: ¿Cuál de todos? ¿El que hacía sudar mis manos, el que zumbaba en mis oídos o el que me tenía inquieto en la silla? ¿O te refieres al que interrumpía la ilación de ideas que iba teniendo?
U: Supongo que todos ellos.
V: Conozco un truco bastante eficaz para romper con la influencia de los bloqueos, uno que descubrí de la manera más curiosa.
U: ¿Cómo?
V: Años atrás, durante uno de estos momentos de dificultad para escribir algo, cualquier cosa que conseguía anotar en el papel me sonaba poco elaborado y hasta aburrido, como si le hubiese dado más vueltas de las necesarias y sólo hubieran quedado las partes insulsas de una potencial gran idea. Cansado de pasar horas frente a una hoja garabateada, decidí escribir lo que fuese llegando a mi cabeza sin importar cuán absurdo sonase o pareciese, y así nació una gran conversación entre dos partes de mí mismo, un cuento con una moraleja demasiado tonta, un par de chistes estúpidos y la mitad de una canción erótica.
U: No entiendo, si no podías escribir, ¿cómo terminaste inventando todo eso?
V: En lugar de ir contra el bloqueo, dejé que éste eligiera las ideas por mí. Si sólo podía pensar en zapatos parlantes, entonces escribía sobre ellos; todo una historia sobre cómo desarrollaron el habla, las aventuras por las que pasaron y qué aprendieron con la experiencia. El punto era trabajar con el bloqueo, usar su propia fuerza para ayudarme a vencerlo a sí mismo, como trepar una catarata nadando.
U: Pero... Eso es imposible.
V: No es imposible, es estúpido. Y funciona siempre.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Hacia una vida extraordinaria


A shot of satisfaction
In a willingness to risk defeat

--One little victory, de Rush


Ayer comentaba con un amigo una idea sobre la que había estado reflexionando desde hacía ya unas tres semanas, y gracias al aporte compartido de experiencias pudimos darle mejor forma.

Tengo el ejemplo perfecto para comenzar el tema, mencionado en otro post. Una chica pasa los días (y eventualmente años) mirando al amor de su vida en una fotografía, pensando en el "qué hubiera pasado si...", imaginando cuántas cosas podría haber hecho o dicho para estar con él en ese momento. Y no solo eso. El mismo hombre por quien en ese momento suspira y a quien anhela pasa a su lado e intenta iniciar una conversación con ella. La chica, más concentrada en sus fantasías y, específicamente, en la foto, ignora al hombre, ante lo cual éste se marcha.

A lo que voy es que muchos de nosotros podemos pasarnos gran parte del tiempo pensando en los posibles resultados de nuestras potenciales acciones, y aunque una vez que estamos seguros de que determinado curso de acción tendrá el desenlace que esperamos, la vida no tiene la costumbre de esperar a nadie. Cuando por fin decidimos hacer algo, ya es demasiado tarde, la oportunidad se ha ido. No es así en todos los casos, pero sí en muchos. Creo que la idea es usar toda esa energía empleada en imaginar "qué pasará si..." y hacer que realmente pase algo, sea bueno o malo, placentero o desagradable; el punto es vivir la experiencia. Quizás hasta resultemos sorprendidos (de buena manera) con resultados que no esperábamos.

Tampoco se trata de actuar de manera impulsiva. El fantasear acerca de nuestros posibles actos es, en realidad, una estrategia altamente útil y muy común en los seres humanos, pues nos ayuda a prever situaciones para las que tal vez no nos sentimos especialmente preparados o para analizar los posibles riesgos de llevar a cabo cierto tipo de conductas. El punto en el que esta estrategia se vuelve inefectiva es cuando se la utiliza de sobremanera y en el momento inadecuado (por ejemplo, cuando fantaseamos por demasiado tiempo en el preciso instante en el que la situación se está dando), o cuando tememos que lo imaginado no sucederá en la realidad y simplemente no hacemos nada.

Estas cosas pasan todo el tiempo en cualquier momento del día, por lo que hay una amplia variedad de sucesos en los que podemos poner en práctica lo que digo. Por mi parte, estas tres semanas he intentado pensar menos y actuar más, hacer un balance entre el análisis de la situación y mis acciones. Si bien no he logrado hacerlo en cada una de las oportunidades que se me han presentado, me he atrevido a actuar considerablemente más veces que antes. He tenido mis derrotas, algunas bastante humillantes, pero al final del día perdura la sensación de satisfacción por todas aquellas agradables sorpresas que nunca se hubiesen dado de haberme quedado quieto o callado. Todo esto, por supuesto, va de la mano con un aforismo muy conocido, utilizado en una frase de la película "La sociedad de los poetas muertos": "Carpe diem. Aprovechen el día, muchachos. Hagan de sus vidas algo extraordinario".

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Número uno


Shout at the world, don't care what they say
Cos your life is now, here and today
Luck is there, everywhere
Go on reap its goods, that's the way

--Number one, de Helloween


Creo que no es inusual en los hombres (y quizás tampoco en las mujeres, aunque de manera inversa) hacer una clasificación imaginaria de las chicas que nos parecen más atractivas y hermosas, ya sea que las conozcamos o no. Lo difícil es encontrar a aquélla que sobresalga del resto y se corone como la primera en nuestra lista, pues conforme van pasando los años vamos viendo y conociendo a más personas, muchas de las cuales se van agregando al listado, y otras van siendo olvidadas. Pero, sin duda lo más difícil, es dar los pasos necesarios para conocer a una de las chicas que encabezan dicha lista.

Puedo identificar tres razones principales por las cuales uno no aprovecharía la oportunidad de darse a conocer a una de esas chicas: puede que no quiera destruir la imagen idealizada que ha ido armando de la persona arriesgándose a saber cómo es realmente, que la inseguridad se interponga o que los nervios lo atolondren. En mi caso particular, creo haber dado con una chica que no solo encabeza mi lista, sino que está separada de la siguiente por una buena distancia. Pero la parte desafortunada del asunto es que, si bien hemos hablado un par de veces, los nervios, que nunca antes me habían afectado de manera tan fuerte (quizás porque se trata justamente de la chica más hermosa que alguna vez haya conocido, sin exagerar y hablando desde un punto de vista personal), me dificultan mucho el hablarle más.

Si bien soy una persona medianamente tímida, tengo la suficiente seguridad en mí mismo como para no sentirme poco valioso o creer que una chica como ella nunca se interesaría en alguien como yo, por lo que las veces que le he hablado he sido yo mismo y sé que al serlo he causado una buena impresión. El problema recae en los nervios que mencionaba y que me atolondran de una manera sin precedentes. Me he cruzado con la chica dos veces en un micro y solo la segunda pude hablarle, pues la primera vez la saludé e inmediatamente después quedé mudo a pesar de haber millones de cosas que podría haberle dicho y que más tarde saturaron mi cabeza. Culpo, también, a la sorpresa que fue verla. Ahora, cada vez que la veo, sólo atino a decir "hola" y seguir mi camino en lugar de acercarme e iniciar una conversación. Me sentiría molesto conmigo mismo si fuese el único de los dos que presenta esta actitud vacilante, pero me alegra (sólo un poco) notar que ella se pone tan nerviosa como yo cuando hablamos o cruzamos miradas.

Aunque me atrae mucho, por el momento sólo busco conocerla, no quedarme con la idea que su belleza física pueda presentar, sino ir más allá y saber realmente quién es, descubrir sus gustos y disgustos, romper con la imagen idealizada que he ido armando al considerarla como primera en mi lista y tenerla presente no como un cuerpo sino como una persona que vale la pena conocer. Nervios o no, tengo por seguro que lo haré.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Me acordé


Somewhere, somehow
We find the key to the sense of the world

--Remember!, de Freedom Call


Una de mis características personales de las que creo sentirme particularmente orgulloso (al menos la mayoría del tiempo) es mi memoria. Quizás no tanto de la sensorial o la de trabajo (corto plazo), pero sí de la de largo plazo.

De chico me costaba recordar hasta las cosas más básicas, especialmente mis responsabilidades, pero pienso que los años me han ayudado a desarrollar una memoria bastante eficiente, al menos en varios aspectos. Por ejemplo, me es especialmente fácil recordar nombres y asociarlos a sus respectivos dueños, incluso cuando no he sido propiamente presentado a la persona. Tal vez por ello puedo llegar a pasar ciertos momentos de vergüenza cuando llamo a alguien por su nombre y éste no tiene idea de quién soy yo. También puedo recordar bastantes eventos de mi pasado con relativa fidelidad, o cosas que me contaron que le sucedieron a otras personas años atrás. El truco, según tengo entendido, es hacer asociaciones significativas, es decir, darle significado a la nueva información que vamos adquiriendo para que así pueda ser mejor procesada e integrada en la memoria.

Lo que más me llama la atención, y que ocasionalmente me ha traído problemas y hasta momentos de frustración, es recordar rostros pero no poder ubicarlos espacialmente; o sea, tener la sensación (y luego la seguridad) de reconocer a alguien pero no estar seguro de cuándo o dónde se le ha visto antes. Esto no me sucede muy a menudo, pero cuando sí pasa me deja con las ganas de saber cómo conozco a tal persona. La última vez que me ocurrió esto fue a mediados de marzo de este año, y desde entonces había tratado de colocar a esta persona dentro de un contexto, y hoy he podido hacerlo. O así lo creo.

Años atrás, como parte de una actividad, alumnos de mi promoción del colegio y yo tuvimos que asistir a un debate interescolar en otra escuela, donde estuvimos junto a varios otros estudiantes de nuestro grado de cuatro o cinco centros de estudio diferentes. Fue ahí donde vi a la persona de la que hablo en el párrafo anterior, la misma con quien comparto clases en la universidad desde el ciclo pasado. Esto lo descubrí luego de montar bicicleta por el colegio donde se dio el debate, colegio por el que paso diariamente para ir a la universidad y sobre el que nunca había reparado. Simplemente lo vi y supe de inmediato que ahí la había visto antes. Aún tengo que confirmar con dicha persona si realmente asistió a esa actividad para validar mi afirmación, pero tendré que esperar a conocerla primero.

Sobre mi memoria de trabajo, por el contrario, tengo otras cosas que decir, aunque ya será tema para otro post.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Avanzando


When I asked him
He described a thousand lifetimes
At each turn a hint of what one still must learn

--The art of life, de Queensryche


Estas tres últimas semanas he estado más ocupado que de costumbre, quizás con más cosas que hacer en lo que va del año. La principal causa de esto es mi oficial inmersión en el mundo de la fotografía. Si bien he pasado gran parte del año tomando fotos, experimentando y aprendiendo cada vez más al respecto, este mes decidí dar nuevos pasos hacia adelante.

Por un lado, tengo toda la intención de presentar algunas de mis fotos en la próxima exposición de Desenfranquiciados. Por el momento no tengo más por hacer que esperar, pues ya me he inscrito para el proceso de selección de los 100 artistas que tendrán un espacio en dicha exposición, y la respuesta recién será dada en los próximos días. Según mi papá, tengo el talento suficiente, y las fotos que lo demuestran, para codearme con grandes expositores; y aunque sé que en parte lo dice para subirme los ánimos, realmente siento que puedo llegar lejos.

Y, por otro lado, le estoy dando los últimos retoques a un negocio de fotografía que pienso crear. Se me han ido presentando varios pequeños trabajos y sesiones, entre los cuales destacan un fotomontaje que hice para un amigo y la ayuda que presté a un grupo de alumnos de Psicología. Gracias a todos ellos, me doy cuenta de que trabajar como fotógrafo me es bastante fácil, un poco porque no me ocupa mucho tiempo y otro poco porque me divierte.

La única preocupación que tengo es darle mayor prioridad al dinero e ir dejando de lado el valor que le otorgo al arte. Éste, sea a través de la fotografía, la escritura, la música o el dibujo, siempre será para mí el vehículo principal de mi expresión; es decir, con el arte obtengo no solo satisfacción y relajo, también es vehículo de mis ideas y de cómo veo y aprehendo el mundo, el espacio ideal para ser y hacer cualquier cosa que pase por mi mente. Espero que, en el futuro, nada cambie esta manera de pensar.

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