martes, 31 de enero de 2012

Atasco

Fuente: http://fc00.deviantart.net/fs71/i/2010/246/7/d/stuck_in_a_moment_by_mg1706-d2ttqq4.jpg

You are such a fool
To worry like you do...

--Stuck in a moment you can't get out of, de U2


E: ¿Te has fijado en la hora que es?
F: Perdona la demora, algo me retuvo.
E: Espero que tengas una buena razón para llegar tan tarde.
F: Sí, deja que te explique. En el momento en que puse un pie fuera de mi casa, fui totalmente consciente del mundo, me di cuenta de que existían miles de lugares a los que podía ir y miles de caminos para llegar a ellos. Me sentí diminuto, perdido entre la puerta de mi hogar y la acera, seguro de que el segundo paso que diese definiría el resto de mi día, por no decir el resto de mi vida. ¿Adónde ir? ¿Qué ruta tomar?
E: Pero si saliste de casa es porque ya tenías planeado venir aquí, evidentemente.
F: Así es, pero en ese momento ya no importaba adónde tenía que ir, sino adónde podía ir. Y dado que mis opciones eran ilimitadas, entré en pánico. Me quedé atorado, con el infinito expandiéndose por delante de mí, temblaba tan solo por pensar qué pasaría si me aventuraba a elegir un camino en lugar de otro, cómo afectaría mi futuro tomar una decisión que cientos de veces anteriores ya había tomado sin una verdadera reflexión. Veía a los peatones pasar a mi lado como si tuviesen todo ya resuelto, como si cada uno de sus pasos hubiese sido analizado de antemano y no necesitaran temer más a lo desconocido. Los miraba con una mezcla de envidia y nostalgia, deseaba con toda mi alma regresar a ser como ellos, vivir sin preocuparme por el mañana, caminar sin pensar hacia qué y adónde me llevarían mis pasos.
E: Espero que entiendas que no creo ni una palabra de lo que me dices...
F: ¡Pero es la verdad!
E: Entonces dime cómo conseguiste llegar hasta aquí.
F: Cómo llegué aquí no tiene importancia, en especial ahora que no sé cómo diablos voy a regresar.
E: La próxima vez inventa algo mejor. O sé puntual.
F: ...

martes, 24 de enero de 2012

Monstruos

Fuente: http://fc04.deviantart.net/fs71/i/2010/020/c/e/The_Beast_Under_Your_Bed_by_Azzurayelos.jpg

Skin crawls
Wind is walking
Through the walls
Now there's nowhere to run

--Monster, de 3


Recuerdo que de chico solía ser muy asustadizo, creía demasiado en las historias que mis amigos contaban sobre fantasmas o monstruos, y le tenía un especial terror a la oscuridad. En ese entonces para mí todo era posible: pensar en la aparición del espíritu de un familiar fallecido, en los duendes que merodeaban en la cocina durante las noches, en los ruidos extraños en casas abandonas e incluso en juegos como la Ouija me ponían en un estado de ansiedad extremo. Antes de ir a dormir procuraba cerrar ventanas y puertas para que ningún "intruso" se introdujese en mi habitación, prestaba especial atención a sonidos extraños y nunca olvidaba dejar una luz prendida. Así fue hasta los doce años.

Durante mi adolescencia fui olvidando aquellos miedos infantiles que surgían de ideas que fui considerando jaladas de los pelos, aunque conservé algunos otros, como el miedo a la oscuridad. Si bien respetaba las historias que mis amigos contaban, dándole un mínimo espacio a la credulidad y uno más grande al escepticismo, muchas veces no me atreví a entrar en habitaciones oscuras o sentí nervios desproporcionados al caminar por pasillos sin luz. La idea de que algo, lo que sea, se escondiese donde mi vista no alcanzara a notar me causaba terror, a pesar de creer que ni fantasmas, duendes, brujas o demonios podían existir.

Contaba todo aquello por algo gracioso que me sucedió. Es especialmente chistoso debido a mi actual postura respecto a seres sobrenaturales y a las mil y un historias que cuentan acerca de ellos. Ahora sí no creo en nada que la lógica o la ciencia no puedan explicar; en lugar de pensar en fantasmas pienso en ladrones, por ejemplo. Doy cierta cabida al misticismo y a la espiritualidad, pero me considero más una persona racional ante todo. Por ello es que me da risa y hasta avergüenza lo que contaré a continuación.

Una buena amiga mía solía decirme que no le gustaba quedarse estudiando hasta muy tarde, que siempre dormía antes de las tres de la madrugada, pues los fantasmas solían aparecer a esa hora. Nunca consideré esa idea más que como una graciosa ocurrencia de su parte, pero debió ser suficientemente importante como para recordarla, pues hace unos días desperté a esa misma hora por un ruido proveniente de la cocina y quedé paralizado al ver una silueta blanca cruzar el pasadizo frente a mi cuarto. Primero pensé en mi abuela, lo más lógico, pero mi cabeza me hizo pensar que tal vez no era ella, sino algo más. Pasé a imaginar que podía ser un espíritu, y no encontré ni una sola razón para refutar tal idea; no podía dar con una mejor explicación, el que un fantasma acabara de aparecerse parecía como algo totalmente posible e indiscutible. Muerto de miedo cubrí mi cabeza con las sábanas, di la espalda a la puerta e intenté volverme a dormir.

Ya de día, muy consciente de lo sucedido aquella madrugada, no pude más que sentirme totalmente avergonzado. Culpé al sueño y a la serie de asociaciones que mi cabeza pudo haber hecho en ese estado somnoliento, y terminé riendo al verme a mí mismo debajo de las sábanas como un pequeño niño asustado, como alguna vez lo fui en el pasado. Más allá del humor que pudo generar en mí tal episodio, comencé a reflexionar hasta qué punto soy como digo ser, en qué medida soy racional cuando se trata de lo sobrenatural. Quizás, y sólo quizás, realmente creo en lo paranormal, pero el miedo que me genera pensar en ello se encuentra enmascarado por la búsqueda de explicaciones racionales y científicas, las mismas que podrían hacer las veces de sábana cuando no estoy durmiendo. Lo cierto es que por más inadmisible que considere la existencia de monstruos, a mi niño interior aún le cuesta tomarme en serio.

martes, 10 de enero de 2012

Yo también me llamo... (segunda parte)

Foto: David Justo

Wanna hear me testify
As a witness to the business of my life

--Know my name, de Nightmares on Wax


El ciclo pasado, mientras realizaba uno de mis últimos trabajos, una amiga sugirió analizar el tema que investigábamos desde la perspectiva del nombre propio y cómo éste tiene la capacidad de moldear nuestra identidad. Lo que fuimos discutiendo me pareció muy curioso, especialmente por hacerme recordar un pequeño evento en mi vida que había olvidado casi por completo.

 Sé que de chico era travieso y extrovertido cuando estaba rodeado de familiares y amigos, pero también me mostraba particularmente tímido en ciertas situaciones y especialmente en el colegio, por ello no solía destacar mucho. Lo que recordé gracias a aquella amiga fue que durante primer grado de primaria, la profesora que tuve un año antes visitó mi salón y fue asediada por saludos de todos los compañeros que habían llevado clase con ella; le devolvió el saludo a cada uno y fue acercándose a los que iba reconociendo. Yo la observaba tímidamente desde mi asiento sin decir una palabra, deseando que nuestras miradas se cruzasen y que me saludara, pero no fue sino hasta que estuvo saliendo del salón que volteó para despedirse y por fin me vio. Emocionado y con una sonrisa de oreja a oreja le hice adiós con la mano, y ella, también sonriéndome, dijo "Chau, Rodrigo". Ni siquiera intenté hacerle notar que se había equivocado, que 'Rodrigo' no era mi nombre; decepcionado y hasta molesto, dejé que se fuera.

Ese episodio, luego de analizarlo según algunos puntos tocados en mi trabajo, debió haberme marcado de forma profunda. Quizás ya no deba sorprenderme lo bueno que soy recordando el nombre de otras personas y cuánto esfuerzo realizo para no olvidarlos; tal vez aquella anécdota me haya vuelto consciente de mi propio nombre, de cuán poco satisfecho me siento con él en ocasiones y de cómo no me veo a mí mismo como un 'Diego'. Es gracioso, pues si bien esa vez fue la primera en que confundieron mi nombre, no fue la única. En reuniones familiares me confundían llamándome como a mi papá, cosa que aprendí a tolerar conforme fui creciendo, hasta tomarlo como una simple e inocente equivocación. No fue la misma experiencia en el colegio. Cada año, en más de una ocasión, al menos un profesor me ha llamado 'Rodrigo' a pesar de señalarles repetidas veces que ese no es mi nombre. Entiendo que puede ser confuso por mi apellido, pero siempre tomé a mal aquellos errores, como si no fuese suficientemente importante o no causase mayor impresión como para ser recordado.

Con el pasar de los años, ya fuera del colegio, perdoné tácitamente a mis profesores. Es cierto que éramos pocos alumnos por salón, fácilmente diferenciables unos de otros, pero para algunos maestros pudo llegar a ser difícil acordarse de los nombres de todos; al menos nos distinguían por nuestros rostros. Además, puede (y pudo) tratarse de un tema de interés, de cuánto uno se esfuerza por conocer a los que lo rodean. Gracias a mi trabajo también comprendí que no siempre se trata de la persona que no sobresale, a veces pueden ser los demás quienes la pasan por alto, y no necesariamente por falta de interés o recelo, sino por la presencia de quienes sí sobresalen y que pueden acaparar la atención de aquéllos. Me hubiese venido bien saber esto algunos años atrás.

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