domingo, 27 de mayo de 2012

Huellas y ecos

Fuente: http://fc04.deviantart.net/fs6/i/2005/117/8/8/The_First_Impression_by_krush.jpg

People talking without speaking
People listening without hearing

--The sounds of silence, de Simon and Garfunkel


Hace unos días me crucé con una frase muy interesante de Beryl Markham que me hizo pensar largo rato. Aquí va una suerte de traducción:

"Hay toda clase de silencios, y cada uno de ellos significa algo diferente. Está el silencio que llega con la mañana en un bosque, y es diferente al silencio de una ciudad durmiente. Hay silencio luego de una tormenta, y antes de una tormenta, y éstos no son iguales. Está el silencio del vacío, el silencio del miedo, el silencio de la duda. Hay cierto silencio que emana de un objeto sin vida, como el de una silla recién usada, o el de un piano con viejo polvo sobre sus teclas, o el de cualquier cosa que haya respondido a la necesidad del hombre, fuere por placer o por trabajo. Esta clase de silencio puede hablar. Su voz puede ser melancolía, pero no siempre es así; pues la silla puede haber sido dejada por un niño que reía o las últimas notas del piano podrían haber sido ruidosas y alegres. Cualquiera sea el ánimo o la circunstancia, la esencia de su cualidad puede persistir en el silencio que le procede. Es un eco silencioso".

Me hizo pensar en muchas cosas, desde anécdotas hasta la comunicación no verbal. Por ejemplo, los silencios expresan una cantidad increíble de información, tanto o más que las palabras. Una amiga solía llamar "ensordecedores" a algunos de mis silencios, pues como bien adivinó, tras ellos se hallaban muchísimas cosas que por una u otra razón elegía no decir. Pero la frase anterior me hizo pensar en algo más, en las huellas visibles o invisibles que cada persona deja en los objetos con los que entra en contacto. Recuerdo que un amigo consideraba fascinante encontrar palabras, oraciones o hasta párrafos completos subrayados en libros que sacaba de la biblioteca, pues le daban pistas de cómo era o en qué ideas podía tener quien resaltó dichas líneas; en este caso, la huella era más evidente.

Pensé en las veredas de la calle, en cuántos zapatos, zapatillas, sandalias, etc. pudieron haber pisado el pavimento por el que andamos, y por cuántas veredas aquellos calzados han transitado; en este caso, habríamos ido dejando huellas imperceptibles, quizás hasta insustanciales, pero huellas al fin y al cabo. Pensé en objetos antiguos y en otros algo más nuevos, en cuántas manos los sujetaron, en las historias que sus dueños podrían contarnos, en las vidas que cada uno pudo haber tenido o que actualmente viven; todo estaría plasmado con la esencia de quien le dio uso, no como una energía que quedaría atada al objeto en cuestión, sino algo más invisible, algo cercano a lo que Markham propone: un eco silencioso, un silencio que resuena a través del tiempo.

Y así salté a ideas relacionadas con los seres humanos, pensamientos sobre los que ya creo haber escrito aquí antes. Si el toque de alguien genera un silencio particular en los objetos que utiliza, ¿qué tanto más magnífico será el hallado en las personas con quienes se relaciona? Tal vez ya no sería un "silencio", sino que hablaríamos de una influencia, de magnitud variable según el significado que cada uno le otorgase. A mi parecer, toda persona posee valor en sí misma, pero siempre daremos mayor prioridad a unos por sobre otros dependiendo de muchísimos factores, como la confianza que compartamos o la admiración que les tengamos, por mencionar dos de los tantos. Sin embargo, sea pequeño o grande, la influencia, la huella, el eco silencioso, permanece en la persona, genera un cambio, y permanece en ella como parte de su historia y de la de aquel con quien tuvo un contacto.

domingo, 20 de mayo de 2012

El mundo allá afuera

Fuente: http://fc01.deviantart.net/fs50/f/2009/273/4/2/Living_in_a_Bubble_III_by_KevLewis.jpg

Never so sure
We always take more
Though we still don't know what it's for

--The space between, de Zero 7


G: ¿Recuerdas que alguna vez te hablé de los espacios personales?
H: No...
G: Sobre los límites invisibles que cada persona crea alrededor de sí misma sin ser consciente de ello, una suerte de frontera de comodidad expresada en la distancia que solemos mantener cuando nos relacionamos con otros. Dependiendo de la confianza con la otra persona, uno va reduciendo su frontera, como si permitiese que entrase en su espacio o compartiese parte de él.
H: ¿Y qué con ello?
G: ¿Te imaginas si dichos espacios fuesen físicos? Algo así como burbujas, transparentes y maleables hasta cierto punto, pero que aún así continuasen pasando desapercibidas. Sería la forma perfecta de explicar por qué a veces advertimos el pequeño choque que ocasiona quien se nos acerca demasiado, o por qué sentimos cierto vacío cuando alguien con quien hemos compartido nuestro espacio se aleja.
H: ¿Pero estas burbujas no serían una manera de aislarnos?
G: Es una forma natural en que los seres humanos definimos nuestro universo personal, y hay quienes desean y hasta necesitan áreas más grandes, pero no habría aislamiento. A menos qué...
H: ...
G: Tal vez algunos poseen la capacidad de opacar sus burbujas, de nublar la visión pasada su propia frontera, y así se tornan voluntariamente ciegos a los ires y venires del mundo. Se encierran en sí mismos y niegan la vida que ocurre más allá de lo que consideran suyo.
H: Como si prefirieran desligarse de los demás.
G: ¡Exacto! Tal vez así es como nace la antipatía o el desinterés.
H: Que se vayan al diablo, entonces, por no querer ver.
G: No... Quizás no todos los que dejan de ver se han tapado los ojos o han oscurecido su mundo por decisión propia. Es posible que quienes posean burbujas opacas no sepan aclararlas. Tal vez algunos de los que no intervienen sólo necesitan un poco de ayuda. Quizás... Quizás...
H: ¿Quizás qué? ¡Oye! ¿Adónde vas?
G: Ya regreso. Tengo que hablar de algo importante con alguien...y reventar su burbuja.

domingo, 13 de mayo de 2012

Como espejos de la realidad

Fuente: Archivo personal

Reflections of reality
Are slowly coming into view

--The mirror, de Dream Theater


Hoy me puse a pensar en la fotografía, específicamente en mis propias fotos, en lo que obtengo de ellas y en toda la información que transmiten.

Ya llevo más de dos años dedicándome al arte de capturar imágenes, y puedo asegurar sin una pizca de dudas que es una "nueva" gran pasión. En todo este tiempo he tratado de de experimentar tanto como me ha sido posible, probar un poco de cada estilo para dar con el mío propio; de igual manera, he realizado trabajos y proyectos variados, como fotografía publicitaria, de modelaje, de desnudos, de paisajes, de naturaleza muerta y de muchos otros tipos, todo con la finalidad de encontrar el espacio en el que me siento más cómodo y más capaz. Hasta el momento me considero especialmente hábil tomando fotos de detalles y disfruto haciendo tomas de retratos, lo que me lleva a aquello de lo que quería hablar.

Me desenvuelvo con frecuencia cubriendo eventos familiares, como reuniones o cumpleaños, actividades de las que estaría muy contento de prescindir si no fuese las que me generasen mayores ingresos. Sin embargo, gracias a este tipo de trabajos he desarrollado cierta capacidad para conseguir retratos interesantes, no tanto por el aspecto técnico, sino más bien por el valor de la imagen en sí, por lo que transmite. Tomar fotos a la gente me parece una forma genialísima de captar ciertos rasgos de su personalidad, pues a través de sus gestos faciales, de su postura corporal y de la cercanía o distancia que mantienen con otros, sumado al contexto, se aprende mucho sobre aquélla. Es curioso también, notar que este tipo de fotos no sólo contiene información sobre el fotografiado, también nos muestra el toque característico de cada fotógrafo, nos lleva a preguntarnos, por ejemplo, ¿por qué la foto de esa persona, con ese gesto, en esa posición, le llamó la atención?, ¿qué sintió el fotógrafo mientras observaba a aquella persona que lo llevó a capturar su imagen? Cada foto es, también, una suerte de espejo.

Por otro lado, las fotos de detalles, mis favoritas, guardan otro tipo de significados. A mi parecer, en la vida diaria solemos fijarnos en lo general primero, en la imagen completa, en el "todo", y luego pasamos a notar las pequeñas características que componen la totalidad. Mientras le damos esa mirada general, es posible que pasemos por alto ciertos detalles, ya sea porque no observamos con suficiente detenimiento o porque perdimos interés antes de descubrirlos. Ahí es donde entro yo. Si hay algo que he aprendido es que todo guarda un significado, todo vale, todo es más de lo que aparenta; y los detalles, las pequeñas cosas, no son la excepción, sino aquello que hace la diferencia. A través de mis fotos intento llevar a las personas a darse cuenta de ellos, a mirarlos, a realmente notarlos, a maravillarse con esas cosas que escapan con tanta facilidad a nuestros sentidos por parecer insulsas o insignificantes.

Por estas razones, y por muchas otras más, encuentro a la fotografía como un arte magnífico, una pasión incomparable. Pero me encanta muchísimo más saber que en apenas dos años he aprendido tanto, y no me refiero sólo a cómo tomar fotos, sino también (y especialmente) a conocerme a través de ella, a conocer a los demás y a descubrir los billones de significados que nos rodean en todo momento y en todo lugar.




Para los interesados, este es la dirección de mi página web: http://dirolefotografia.webs.com/

jueves, 10 de mayo de 2012

Entre el actuar y el fluir

Fuente: Archivo personal

One simple feeling that I never could see
But now I know
All of the rest will flow

--The rest will flow, de Porcupine Tree


Hace unos días tuve una importante conversación con una muy buena amiga cuyos consejos me han salvado de incontables situaciones y me han aclarado demasiadas dudas. Esta vez acudí a ella debido a un tema sobre el que llevo divagando ya varios meses (y hasta años), nunca muy seguro de qué hacer, y al fin pude darle solución gracias a su inigualable ayuda. Sin embargo, de lo que quería hablar realmente es de uno de los temas que tocamos durante dicha conversación y que contribuyó en gran medida a dar con aquella escurridiza respuesta a mi problema.

Muy ligado a un tema que toqué en un post anterior sobre los momentos adecuados, se presenta la idea de dejar o no que las cosas sucedan por su cuenta. ¿Es mejor dejar que fluyan por sí mismas, que caigan por su propio peso? ¿Es mejor que los eventos se desenvuelvan sin nuestra influencia, que se produzcan naturalmente? Algunos años atrás solía forzar mucho las cosas, ansioso e impaciente como tendía a ser. Y aunque hoy las dejo más a su propio azar, pienso que siempre habrán asuntos en los que uno no puede ni debería echarse para atrás ni dejar que se desarrollen sin siquiera tener cierta participación en ellos. Personalmente, me gusta tomar cartas en el asunto, por lo general en aquellos donde me siento más seguro de mí mismo y de mis actos. Pero en casos como éstos suele aparecer una incómoda pregunta: ¿Hasta qué punto mi actuar es una intervención en lugar de una intromisión?

Como ya dije, por lo general prefiero dejar que las cosas avancen a su propio ritmo, más que nada por considerar que aquello que se da por sí solo, que llega sin injerencia ajena, tiende a dar resultados más naturales, con mayor siginificado y, en algunos casos, con un componente que nos hace percibirlos como mágicos; sin duda, estos son los mejores resultados, a mi parecer. ¿Y qué hay de los que son producto de nuestro actuar? Quizás puedan verse como desenlaces más artificiales y hasta forzados, pero creo que sólo en la medida en que no se ejerza presión sobre los asuntos de los que son producto. La idea, entonces, sería encontrar el punto medio, la zona de acuerdo, mediante el tanteo de fronteras; básicamente, probar hasta dónde podemos llegar sin generar incomodidad, imposición ni, mucho menos, daño a otros o a nosotros mismos.

Ahora bien, persiste una idea importante: ¿Y si algo simplemente no debería darse o sería mejor que no sucediese, por qué intervenir para que ocurra? Mi respuesta empieza con otra pregunta: ¿Quién decide eso? Pues uno mismo; cada uno elige en base a su propia experiencia y a sus propios deseos, sean éstos bien o mal intencionados. No hay una fórmula exacta para decidir cuándo esperar, cuándo actuar y en qué medida hacer cualquiera de las dos, considerando que cada situación es única. Pero sí existe cierta capacidad o habilidad para medir dichas situaciones, para evaluar cuál es el mejor curso de acción (o inacción), una suerte de sensibilidad que debería ir desarrollándose conforme vamos aprendiendo de nuestros aciertos y errores; aunque siempre, por supuesto, con la posibilidad de fallo.

Después de todo lo dicho, ¿a qué me refiero concretamente? A todo, a cada situación posible, sencilla o compleja, pero que prometa resultados: desear que alguien nos regale un chocolate o uno mismo ir a comprarlo; iniciar una conversación o arriesgarse a que el otro lo haga (o no); pedir perdón o permitir que el tiempo alivie las heridas; anhelar gustarle a alguien o llevar a cabo acciones que propicien la atracción; querer ser notados o mostrarnos al mundo; esperar que la felicidad llegue a nosotros o salir a buscarla.

domingo, 6 de mayo de 2012

Yo soy... (tercera parte)

Fuente: archivo personal

I looked inside me
To find myself

--Born to be, de Shaman


Hace casi diez años un amigo me dijo una frase mientras conversábamos sobre la vida, una frase que hasta hoy recuerdo claramente y que aún me hace reflexionar. Este amigo me comentaba sobre su hermana, quien en ese entonces era estudiante de Psicología (carrera que a mí todavía ni se me había ocurrido estudiar) y de los temas que veían en la universidad. Y mientras hablaba de ellos, me dijo lo siguiente: "Si no te conoces a ti mismo, ¿cómo esperas conocer a los demás?".

Admito no saber por qué dijo aquella frase, aunque me vienen a la cabeza algunas ideas. En el 2002 tenía apenas catorce años, acababa de cambiarme a un colegio nuevo y llevaba poco menos de un año viviendo con mi papá luego haber pasado prácticamente toda mi vida al lado de mis abuelos. No era sólo un adolescente confundido, lleno de dudas, sin un claro sentido de pertenencia, tímido y sin planes a futuro; también me costaba hacer nuevos amigos y la relación que mantenía con mi papá era incómoda por decir lo menos. Uniendo todo esto y algunos otros detalles que elijo omitir, no es de sorprender que haya tenido dificultades para conocerme. Incluso hoy, diez años más tarde y miles de experiencias de por medio, estoy seguro de no poder definirme por completo; es más, pienso que nadie se conoce a sí mismo en su totalidad, algo que a mi parecer es bastante normal y quizás hasta lógico.

Regresaba a pensar en la frase de mi amigo al saberme estudiante de Psicología, con una visión de mí mismo muy distinta (y más íntegra) de la que poseía durante mi adolescencia y con capacidad de darle una mirada más crítica. A mi parecer, lo dicho por este amigo es la interpretación que él le dio a palabras pronunciadas primero por su hermana. Precisamente al verlo de esta manera, doy con lo siguiente: conocerse a uno mismo; tener noción de nuestros gustos, molestias, virtudes, defectos, pasiones y miedos; ser mínimamente capaz de predecir cómo nos sentiremos ante determinadas situaciones; todo eso, hasta cierto punto, es necesario y útil en quienes desean relacionarse con otras personas para conocerlas de la misma forma en que uno se conoce a sí mismo. ¿A qué tipo de personas me refiero? Pues a las mismas que probablemente se refería mi amigo, quizás hasta sin saberlo: a psicólogos.

Tal vez se trate de una reflexión forzada, aunque realmente creo haber dado con el quid del asunto. Y es por ello que me parece tan interesante, pues esto explicaría en cierta medida la influencia que tuvo mi amigo (y su hermana, a quien para entonces aún no conocía) en la decisión que tomé de estudiar Psicología. Como dije, antes de esa conversación ni se me había cruzado por la cabeza la idea de estudiarla, y no fue sino hasta tres años más tarde que estuve totalmente seguro de querer ser psicólogo, así que mi futuro pudo haberse decidido en parte por esa conversación diez años atrás.

No quería terminar este post sin dar una respuesta a la frase que inició toda esta discusión. ¿Me conozco a mí mismo? Definitivamente sí, con algunas pequeñas características que iré descubriendo con el pasar de los años. Sabiendo todo esto, ¿puedo conocer a los demás? Dado que me conozco, y sé con plena seguridad que poseo la capacidad reflexiva para comprender y apreciar a otros, capacidad que pude o no haber comenzado a desarrollar tras aquella conversación, respondo sin duda alguna que sí. Y es exactamente sobre lo que hablaré con mi amigo aprovechando que lo veré la semana que viene.

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