martes, 21 de junio de 2011

El sentido último


We all hold our place in the universe
For eternity

--Reasons to live, de DragonForce


Hace poco vi una película buenísima (que muy probablemente comente en otro post) de la que pude rescatar varias cosas, una de las cuales me hizo pensar sobre una idea que llevo teniendo desde hace ya algunos años y a la que sigo regresando cada cierto tiempo para darle más y más vueltas, quizás no con la finalidad de encontrarle una respuesta, sino para continuar obteniendo otras reflexiones que se deriven de ella.

La idea de la que hablo es sobre el significado de la vida, el por qué de nuestra existencia, la razón por la que vivimos y nos encontramos en este mundo; definitivamente un tema sobre el que podría decirse muchísimo sin posibilidad de agotarlo. Tengo varias formas de verla, algunas de las cuales estoy seguro de haber mencionado en post pasados; desde un punto de vista relacionado a hacer algo grande, hasta otro que la contempla el estar aquí como una forma de tocar la vida de otros e influir de cierta manera en el mundo y su historia. También podría suceder que no exista una razón de por sí, que no haya una estructura suprema que haya ordenado a la humanidad de cierta manera y que sólo estemos aquí por un azar en la conformación del Universo. Considerando que no hay forma de conseguir una respuesta, La Respuesta (al menos hasta ahora), cada uno le da un sentido a su propia vida.

La forma en que volví a llegar a esto fue por medio de uno de mis cursos, en el que se dio una extensa mirada a cada una de las especialidades dentro de la carrera de Psicología ofrecida por mi universidad, que si bien es solo la primera en una serie de elecciones, me hizo tomar en cuenta que aquello que eligiese definiría en buena parte el campo al que se dirigiría mi aporte como profesional y, en mayor medida, como ser humano. ¿A qué voy con esto? Pues ayudó a que me planteara la siguiente pregunta: ¿Cuál quiero que sea mi impacto en el mundo y en qué ámbito? Definitivamente el elegir una carrera en particular implica haber tomado una cierta postura con miras a responder aquella incógnita, pero siento que esto en lugar de brindarme tranquilidad me complica las cosas. Siempre he tenido muchos intereses, me he guiado por el "saber poco sobre mucho", aunque sin duda sé más de algunas cosas que de otras, lo cual se presenta como un problema cuando de elecciones se trata. Por ahí iría el tema del sentido de la vida, el impacto que toda persona busca tener en el mundo, ya sea a gran o pequeña escala.

Y en eso estoy, pensando y repensando qué tipo de huella quiero dejar y en dónde. Es curioso pensar en esto ahora, pues sé que de aquí a unos años reflexionaré sobre lo mismo pero teniendo en cuenta otros puntos; habré tomado ciertas decisiones y vivido experiencias que me ayudarán a tener una perspectiva distinta; y mis prioridades serán otras, así como mis metas. Y hasta podría afirmar, con un alto grado de seguridad, que nunca me sentiré totalmente satisfecho, pues no creo que alguna vez encuentre respuesta a mi pregunta. Sin embargo, no veo esto como algo negativo. Todo lo contrario, me encanta pensar sobre estas cosas, y dudo que alguna vez me canse.

jueves, 16 de junio de 2011

Los dos polos de la motivación


So never mind the bad news
Let's have the good news instead

--Good news first, de Rush


Hace poco recordé un viejo hábito que solía tener para empujarme a realizar ciertas cosas, no sólo aquellas que me producían desagrado o que no quería poner en acción, sino también varias que normalmente habría hecho sin mayor motivación de la que ya suponía el hacerlas.

Creo que todo comenzó en una ocasión en que jugaba fútbol con uno de mis primos; yo debía tener entre ocho o nueve años, y él era mayor por tres. Esta diferencia de edad hizo que, tanto en esta circunstancia particular como en otras a lo largo del tiempo que llevo conociéndolo, tomase muy en cuenta sus palabras, hasta el punto de haber pasado quince años y todavía ser capaz de recordar aquel día. Me dijo que el secreto para evitar que el otro jugador anotara un gol era pensar que algo extremadamente malo sucedería si no atajaba el balón, lo que haría que uno mismo se esforzase más por evitar tal desenlace. La idea era, básicamente, evitar una situación real al imaginar una consecuencia totalmente inconexa pero fatal que ayudaría a conseguir un mejor desempeño. El ejemplo que dio fue el de la muerte de uno o más familiares. Sí, a ese extremo llegó.

Este "secreto" debió ser asimilado por mi cabeza de manera muy fuerte, pues desde entonces hacía muchas cosas pensando que algo terrible ocurriría si no las realizaba o si no conseguía mi cometido. Felizmente nunca llegué al punto de considerar como posibilidad la muerte de alguno de mis familiares, pero sí pensaba, por ejemplo, que uno de esos extraterrestres de la serie de películas "Alien" esperaba para atacarme apenas fallase o dejase de hacer algo; estoy seguro de haber pasado muchas noches en vela por culpa de ideas como éstas. La ligeramente mala noticia es que seguí con pensamientos de este tipo hasta hace no mucho, claro que el empujón que me daban para actuar fue siendo significativamente menor pasada la niñez, ya que poco a poco iba dándole menos importancia a consecuencias fantásticas y sin correlación alguna con la realidad.

Sin duda es una forma bastante negativa de conseguir motivación, especialmente porque sería el miedo lo que llevaría a la acción. Y aunque sé que de no haber forzado cierto temor en mí no hubiese llevado a cabo muchas de las cosas que hice (varias de las cuales me agradezco haber hecho), hoy entiendo lo importante que es ser halado en lugar de empujado. Para realizar algo, y realizarlo con gusto, motivado, uno no debe encontrar razones alternas (ni mucho menos negativas) que desde fuera lleven a su ejecución; sino hallar lo bueno en ellas, lo que las hace positivas e importantes en sí mismas, incluso si son cosas que no nos gustan pero que debemos hacer, de tal forma que no sea la posibilidad de la muerte ni una criatura ficticia quienes estén detrás de nosotros, sino el valor de aquellos actos y sus consecuencias reales delante.

lunes, 13 de junio de 2011

Etiquetados


Lost in a world created by Man
I can't recall how it all began
Tell me, who am I?

--Computer eyes, de Ayreon


El sábado, durante una de mis clases, se habló de las rotulaciones ficticias, las cuales vienen a señalar atributos no necesariamente presentes en otras personas y que pueden ser muy influyentes en su actuar.

La clase anterior tuvimos que realizar un experimento para determinar qué estilo de persona era cada uno de nosotros, alfa o beta, las dos con distintas características. Y este sábado, sabiendo ya nuestros resultados, debíamos participar en un segundo experimento que demostró, entre otras cosas, lo fácil que fue manipularnos. El profesor confesó que la primera prueba había sido inventada por él, que en realidad no existía tal cosa como persona alfa o beta, pero que los resultados de la segunda experimentación mostraban cómo nosotros habíamos actuado según el falso estilo (pero verdadero en nuestros pensamientos) que se nos había adjudicado. Es decir, fuimos como se nos dijo, incluso si realmente no lo éramos. Ni se nos ocurrió poner en duda los primeros resultados, aceptamos lo que se nos atribuyó y no pensamos en refutarlo.

Todo ello me hizo dar un salto hacia la idea de cómo podemos llegar a desenvolvernos (no necesariamente de manera consciente) de una forma que tal vez no seamos pero que cumple con las expectativas que otros tienen de nosotros. Recuerdo haber leído una investigación en la que a un grupo de niños se les decía que sí eran capaces de realizar cierta tarea, se les reforzaba con frases positivas; en cambio, a otro grupo de niños con características homogéneas se les reforzaba negativamente, es decir, se les decía que no podrían llevar a cabo la tarea. En la práctica, incluso teniendo ambos grupos similares capacidades, hubo una mayor proporción de niños en el primer grupo a comparación del segundo que pudo hacer lo pedido. Básicamente, creer que podemos o no hacer o lograr algo y, aún más importante, si otros significativos para nosotros nos lo afirman, tenderemos a actuar en concordancia.

Lo anterior estaría estrechamente ligado a la propia identidad, cómo nos vemos, nos sentimos y actuamos en base a la perspectiva que otros tienen de nosotros y a las etiquetas que nos adjudican. Esto daría cuenta de lo importante que es la opinión de los demás, incluso si a veces queremos desligarnos de ella. Y va de la mano con una idea sobre la que ya había escrito aquí en la que planteaba lo mismo que en este post, sólo que de una manera parcialmente inversa.

viernes, 10 de junio de 2011

Hola


Hello again, it seems so long
Since we last met, how has it gone?

--Hello again, de Lost Prophets


Hace unos días recordé un par de juegos que jugaba cada vez que iba en algún carro, justamente mientras iba en uno.

Miraba por la ventana con miles de cosas en la cabeza cuando a mi lado pasó una camioneta escolar, desde donde un niño me saludaba entusiasmado y sonriendo. Me sorprendí a mí mismo al devolver el saludo sin pensarlo y sonreírle de vuelta, y desde ese momento me quedé recordando que yo también solía saludar a la gente en otros autos cuando era más pequeño.

No recuerdo cómo surgió ese juego al que con unos amigos llamamos "Hola". Quizás en alguna de las tantas veces que iba al colegio con varios de mis compañeros, tal vez al lado de mi primo, de quien tengo más recuerdos relacionados al juego. La idea era sentarnos en la parte trasera del auto, mirar por la ventana posterior y saludar a los conductores que iban detrás de nosotros tratando de conseguir que nos devolviesen el saludo. Era bastante simple, pero muy divertido, y es probable que, como muchos, lo haya sentido como una forma de causar impacto en el mundo adulto. Y digo "adulto" porque no recuerdo ninguna oportunidad en la que haya jugado a saludar niños de mi edad o un tanto mayores ni menores.

Sin embargo, también me acuerdo de un juego similar cuyo nombre era "Dedo medio" en el que, sí, efectivamente, había que levantar el dedo medio a los otros conductores. Imagino que lo jugué siendo un poco mayor, pero recuerdo claramente que no me gustaba tanto como el anterior y por lo general cubría mi cara o me escondía debajo del asiento cada vez que lo jugaba, probablemente por vergüenza o miedo a que me llamasen la atención. Lo curioso de este juego es que la finalidad era muy distinta a la de "Hola", puesto que no esperábamos reacción por parte de la persona a la que le hacíamos la seña, simplemente divertía el hecho de insultar, de hacer algo prohibido.

El ver al niño saludarme hizo que regresará muchos años en el pasado, a momentos en los que no me pasaba el tiempo mirando por la ventana del carro pensando en mis responsabilidades, sino saludando y sonriéndole a extraños. No sabría decir si es acertado denominar esa vieja etapa como "más fácil" o "más simple", pues en ese entonces tenía mi propia cuota de preocupaciones infantiles y recursos limitados para lidiar con ellas; y querer regresar a ese tiempo sería negar que alguna vez haya deseado dejar de ser niño y ya ser adulto. Pero sin duda es refrescante, al menos para mí, dar una mirada al pasado y sonreír, recordar viejos tiempos y valorar los que ahora se viven, a los cuales volveremos en el futuro. Y me alegra haber recibido un saludo y no un dedo medio; tal vez este post habría sido diferente de haberse dado el segundo caso.

martes, 7 de junio de 2011

Diálogos con la silla vacia


He said he came from a world beyond my dreams
From the depths of my mind

--The stranger within, de Ayreon


Dos semanas atrás, durante mi curso de Sueño y sueños, el profesor nos presentó un modo de terapia con el que nunca antes me había cruzado y que me gustó muchísimo, la terapia de los sueños con un acercamiento gestáltico. Fue una clase especialmente divertida en tanto algunas personas se ofrecieron como voluntarios para que nos fuese mejor entender de qué se trataba la idea.

El profesor ocupaba una silla en la parte delantera del aula, un alumno ocupaba una a su lado y una tercera silla los encaraba, aunque en ella no había nadie. El primero le pedía al alumno que narrase un sueño en particular, de preferencia uno repetitivo, y éste lo hacía con el mayor detalle posible e iba respondiendo algunas de las preguntas del profesor. Luego, una vez terminada la narración, se le pedía que identificase algo en el sueño que le hubiese parecido de mayor importancia, fuese una persona, un objeto, una acción o una idea. Y aquí venía lo interesante. El maestro situaba en la silla vacía, entonces, aquello que el alumno había designado como importante y le pedía a éste que le hiciese una pregunta en primera persona, como si realmente hubiese alguien sentado ahí. Una vez hecha la pregunta, el mismo alumno debía contestarla poniéndose en el lugar de la persona, objeto, acción o idea elegida, y así sucesivamente con algunas intervenciones por parte del profesor, como si fuese una verdadera conversación.

La idea me encantó. Si bien era la demostración de un primero momento en la terapia y no incluía diagnóstico ni análisis (dado, especialmente, que el alumno se encontraba frente a toda la clase narrando su sueño y respondiendo preguntas planteadas por él mismo), me gustó el hecho de tener una conversación personal, con uno mismo, como un monólogo pero elevado a un nivel superior y de mayor complejidad. En cada uno de los voluntarios se notó una evidente dificultad para ponerse en el lugar de la silla vacía, y, en un caso particular, la voz del alumno fue volviéndose cada vez más baja, hasta el punto en el que ya nadie podía escucharlo, momento en el que el profesor dijo "ahora imagínate que tu voz está sentada frente a ti y pregúntale por qué se ha vuelto baja". Lo puso en jaque.

También me gustó la idea de ser uno mismo quien planteaba las preguntas y quien debía responderlas, y dado que la consigna era hacer ambas cosas sin pensarlo demasiado, hablar con lo primero que llegase a la mente, noté que era demasiado difícil tener una respuesta preparada para la pregunta que le antecedía; quizás así se buscaba un mayor contacto con lo interior, y tal vez por ello mis compañeros parecían pasar un mal rato y demoraban en contestarse.

Hablar con tu propia voz, con el acto de no ir a clase, con tu padre o con una cama (por mencionar algunos de los personajes que tomaron asiento en la silla vacía) debe ser realmente muy difícil. Te pone en una circunstancia diferente, te enfrentas a ti mismo y a tus propias ideas sin una preparación de por medio, y ayuda a darnos cuenta que las respuestas las tenemos nosotros mismos, que en el fondo sabemos qué sucede con nosotros; por qué actuamos de tal manera, por qué nos sentimos de tal otra. Tal vez no conozcamos esto de forma consciente, por eso el ejercicio de la silla vacía resulta particularmente provechoso en ese sentido. Y es, hasta cierto punto, algo similar a lo que llevo haciendo desde hace un tiempo en algunos de los posts que escribo aquí.

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