martes, 7 de junio de 2011

Diálogos con la silla vacia


He said he came from a world beyond my dreams
From the depths of my mind

--The stranger within, de Ayreon


Dos semanas atrás, durante mi curso de Sueño y sueños, el profesor nos presentó un modo de terapia con el que nunca antes me había cruzado y que me gustó muchísimo, la terapia de los sueños con un acercamiento gestáltico. Fue una clase especialmente divertida en tanto algunas personas se ofrecieron como voluntarios para que nos fuese mejor entender de qué se trataba la idea.

El profesor ocupaba una silla en la parte delantera del aula, un alumno ocupaba una a su lado y una tercera silla los encaraba, aunque en ella no había nadie. El primero le pedía al alumno que narrase un sueño en particular, de preferencia uno repetitivo, y éste lo hacía con el mayor detalle posible e iba respondiendo algunas de las preguntas del profesor. Luego, una vez terminada la narración, se le pedía que identificase algo en el sueño que le hubiese parecido de mayor importancia, fuese una persona, un objeto, una acción o una idea. Y aquí venía lo interesante. El maestro situaba en la silla vacía, entonces, aquello que el alumno había designado como importante y le pedía a éste que le hiciese una pregunta en primera persona, como si realmente hubiese alguien sentado ahí. Una vez hecha la pregunta, el mismo alumno debía contestarla poniéndose en el lugar de la persona, objeto, acción o idea elegida, y así sucesivamente con algunas intervenciones por parte del profesor, como si fuese una verdadera conversación.

La idea me encantó. Si bien era la demostración de un primero momento en la terapia y no incluía diagnóstico ni análisis (dado, especialmente, que el alumno se encontraba frente a toda la clase narrando su sueño y respondiendo preguntas planteadas por él mismo), me gustó el hecho de tener una conversación personal, con uno mismo, como un monólogo pero elevado a un nivel superior y de mayor complejidad. En cada uno de los voluntarios se notó una evidente dificultad para ponerse en el lugar de la silla vacía, y, en un caso particular, la voz del alumno fue volviéndose cada vez más baja, hasta el punto en el que ya nadie podía escucharlo, momento en el que el profesor dijo "ahora imagínate que tu voz está sentada frente a ti y pregúntale por qué se ha vuelto baja". Lo puso en jaque.

También me gustó la idea de ser uno mismo quien planteaba las preguntas y quien debía responderlas, y dado que la consigna era hacer ambas cosas sin pensarlo demasiado, hablar con lo primero que llegase a la mente, noté que era demasiado difícil tener una respuesta preparada para la pregunta que le antecedía; quizás así se buscaba un mayor contacto con lo interior, y tal vez por ello mis compañeros parecían pasar un mal rato y demoraban en contestarse.

Hablar con tu propia voz, con el acto de no ir a clase, con tu padre o con una cama (por mencionar algunos de los personajes que tomaron asiento en la silla vacía) debe ser realmente muy difícil. Te pone en una circunstancia diferente, te enfrentas a ti mismo y a tus propias ideas sin una preparación de por medio, y ayuda a darnos cuenta que las respuestas las tenemos nosotros mismos, que en el fondo sabemos qué sucede con nosotros; por qué actuamos de tal manera, por qué nos sentimos de tal otra. Tal vez no conozcamos esto de forma consciente, por eso el ejercicio de la silla vacía resulta particularmente provechoso en ese sentido. Y es, hasta cierto punto, algo similar a lo que llevo haciendo desde hace un tiempo en algunos de los posts que escribo aquí.

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