martes, 10 de enero de 2012

Yo también me llamo... (segunda parte)

Foto: David Justo

Wanna hear me testify
As a witness to the business of my life

--Know my name, de Nightmares on Wax


El ciclo pasado, mientras realizaba uno de mis últimos trabajos, una amiga sugirió analizar el tema que investigábamos desde la perspectiva del nombre propio y cómo éste tiene la capacidad de moldear nuestra identidad. Lo que fuimos discutiendo me pareció muy curioso, especialmente por hacerme recordar un pequeño evento en mi vida que había olvidado casi por completo.

 Sé que de chico era travieso y extrovertido cuando estaba rodeado de familiares y amigos, pero también me mostraba particularmente tímido en ciertas situaciones y especialmente en el colegio, por ello no solía destacar mucho. Lo que recordé gracias a aquella amiga fue que durante primer grado de primaria, la profesora que tuve un año antes visitó mi salón y fue asediada por saludos de todos los compañeros que habían llevado clase con ella; le devolvió el saludo a cada uno y fue acercándose a los que iba reconociendo. Yo la observaba tímidamente desde mi asiento sin decir una palabra, deseando que nuestras miradas se cruzasen y que me saludara, pero no fue sino hasta que estuvo saliendo del salón que volteó para despedirse y por fin me vio. Emocionado y con una sonrisa de oreja a oreja le hice adiós con la mano, y ella, también sonriéndome, dijo "Chau, Rodrigo". Ni siquiera intenté hacerle notar que se había equivocado, que 'Rodrigo' no era mi nombre; decepcionado y hasta molesto, dejé que se fuera.

Ese episodio, luego de analizarlo según algunos puntos tocados en mi trabajo, debió haberme marcado de forma profunda. Quizás ya no deba sorprenderme lo bueno que soy recordando el nombre de otras personas y cuánto esfuerzo realizo para no olvidarlos; tal vez aquella anécdota me haya vuelto consciente de mi propio nombre, de cuán poco satisfecho me siento con él en ocasiones y de cómo no me veo a mí mismo como un 'Diego'. Es gracioso, pues si bien esa vez fue la primera en que confundieron mi nombre, no fue la única. En reuniones familiares me confundían llamándome como a mi papá, cosa que aprendí a tolerar conforme fui creciendo, hasta tomarlo como una simple e inocente equivocación. No fue la misma experiencia en el colegio. Cada año, en más de una ocasión, al menos un profesor me ha llamado 'Rodrigo' a pesar de señalarles repetidas veces que ese no es mi nombre. Entiendo que puede ser confuso por mi apellido, pero siempre tomé a mal aquellos errores, como si no fuese suficientemente importante o no causase mayor impresión como para ser recordado.

Con el pasar de los años, ya fuera del colegio, perdoné tácitamente a mis profesores. Es cierto que éramos pocos alumnos por salón, fácilmente diferenciables unos de otros, pero para algunos maestros pudo llegar a ser difícil acordarse de los nombres de todos; al menos nos distinguían por nuestros rostros. Además, puede (y pudo) tratarse de un tema de interés, de cuánto uno se esfuerza por conocer a los que lo rodean. Gracias a mi trabajo también comprendí que no siempre se trata de la persona que no sobresale, a veces pueden ser los demás quienes la pasan por alto, y no necesariamente por falta de interés o recelo, sino por la presencia de quienes sí sobresalen y que pueden acaparar la atención de aquéllos. Me hubiese venido bien saber esto algunos años atrás.

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