It feels like the end of the world,
It seems like nobody cares
--March out of darkness, de Papa Roach
Como parte de un curso de la universidad, hace poco tuve que realizar una entrevista a un adulto sobre un tema en particular, analizar su desarrollo cognitivo y moral y evaluarlo en base a lo que implica ser un adulto en términos psicológicos. Mi tema era la creatividad, pero lo que dio un giro a mi asignación fue la elección de la persona en sí, de quien recibí información que trascendió por creces el trabajo planeado.
Gracias a la ayuda de mi abuela, pude acercarme a un centro de rehabilitación para ciegos, donde una de estas personas se ofreció a contestar mis preguntas. Nunca antes había tenido un trato tan cercano con alguien sin el sentido de la vista, y fue por ello que en un principio me costó comunicarme con él en tanto no podía registrar mi lenguaje no verbal; mis asentimientos con la cabeza, mis gestos, los movimientos de mis manos, mis sonrisas y miradas pasaban desapercibidas, y lo único que quedaba era el volumen y tono de mi voz. El señor al que entrevisté llevaba dos años sin poder ver, tal vez por ello mantenía los ojos abiertos y los movía constantemente mientras hablaba, cosa que me llamaba la atención y hasta inquietaba por momentos, pues nuestras miradas se cruzaban y realmente sentía que podía verme, de alguna manera más allá de la visión como normalmente la entendemos.
Hace algunos años atrás, cuando todavía estaba en el colegio, me interesó mucho el tema de la ceguera. Desde entonces consideraba el sentido de la vista como más importante, así que perderlo era, para mí, una noción aterradora. Muchas veces hice (y ocasionalmente sigo haciendo) pequeños experimentos en los que cerraba los ojos y trataba de desenvolverme lo mejor que podía, intentaba realizar tareas simples como amarrar los cordones de mis zapatos y luego pasaba a otras más elaboradas, como el hacer mi cama, ir de una habitación a otra y hasta montar bicicleta (esta última con consecuencias desastrosas). Me di cuenta que me era imposible, me frustraba demasiado rápido y que, de alguna vez quedar ciego, sufriría mucho.
Pude sentir parte de ese sufrimiento, intensificado enormemente, en las palabras del hombre al que entrevisté. Sentía su rendición ante la vida, me indignó el trato que comentaba que recibía por parte de otros e incluso de su propia familia, y quería entender esa sensación general de estorbo y carga, de desesperación ante un mundo visual arrebatado, pero aunque la forma en que se expresó fue muy clara y abierta, sé que no podría ni acercarme a imaginar cómo es realmente no poder ver. Digamos que la conversación que tuve me abrió los ojos a vivencias y experiencias sobre las que no tenía ni idea. Y me quedé con lo que espero sea una frase (su frase), que no olvide nunca: "No esperes a ser ciego para aprender a hacer todo lo que te dio flojera hacer cuando podías ver".