lunes, 18 de abril de 2016

El vicio por excelencia (segunda parte)


So we've grown from the ways we were
To the ways we are

--Fallout, de Devin Townsend


Llevo jugando por más tiempo del que me siento orgulloso un famoso (o infame) videojuego llamado Marvel Puzzle Quest. Escribo sobre él por varias razones, siendo una de ellas el cumplimiento de 200 días seguidos de juego el día de hoy. Sí, seguidos.

El juego no es espectacular, ni siquiera cuenta con buenas reseñas y tiene un porcentaje de aceptación del 69% en la plataforma Steam de Valve. Pero es uno de mis juegos favoritos, sin importar lo que digan de él. Si bien es gratis, los jugadores impacientes pueden pagar desde cinco a muchísimos más dólares para obtener beneficios que tomaría semanas y hasta meses conseguir de otra manera. Admito haber caído en esa tentación una vez, sólo al principio, y sólo para recibir un pequeño empujoncito, el suficiente como para estar donde estoy hoy.

Lo que me gusta del juego, a pesar de su aparente simpleza, es la variedad de personajes de Marvel que se puede conseguir, así como los poderes posibles de desbloquear, mejorar y utilizar. El sistema de juego está diseñado para recompensar al jugador dedicado, pero dejándolo con ganas suficientes de seguir jugando incluso si no hay nada nuevo por hacer. Ya sea mejorar héroes y heroínas, ampliar el almacenamiento de personajes o desarrollar sus habilidades, una vez que empiezas, sabes que debes seguir o sufrir las consecuencias.

He logrado obtener casi cincuenta superhéroes, muchos por encima del nivel 100; he quedado en primer lugar en un par de eventos diarios; y soy parte de un grupo exclusivo de jugadores diarios. Y pesar de todo ello, no me siento especialmente orgulloso. Mis amigos se ríen, y yo con ellos; sé que es sólo un juego, simple, repetitivo e intrascendente, pero se ha convertido en uno de mis juegos favoritos. ¿Cuándo dejaré de jugarlo? Sé que nunca podré obtener todos los personajes, a menos que dedique más tiempo del que me permito, así que no se trata de eso. Quizás al completar los 365 días de juego seguidos. Sólo quizás; no prometo nada.

miércoles, 6 de abril de 2016

El filtro nostálgico

Fuente: Archivo personal

Have we ever been here before?
Running headlong at the floor
Leave me dreaming on a railway track
Wrap me up and send me back

--Pure narcotic, de Porcupine Tree


Unos meses atrás regresé a pensar de manera más detenida en la temporada que viajé a Pensilvania como parte de un programa de trabajo para estudiantes universitarios. Fueron tres largos meses que, en más de una ocasión, creí que no soportaría. Pero con el tiempo, debido al olvido o quizás por un deseo de reconciliación, he comenzado a percibir de forma más positiva los recuerdos de esa experiencia.

Durante esa época escribía a diario en este blog, así que de cierta forma hay una suerte de crónica de lo que viví. Eso ayuda a recordar que fueron tiempos muy duros, de muchísimo estrés, tiempos en que hice nuevas amistades y deshice otras. Al regresar a Lima, e incluso hasta el día de hoy, tuve la seguridad de que vivir y trabajar en el extranjero, adecuarme a una cultura distinta a la mía y sobrevivir de manera independiente fue mucho más llevadero que lidiar con mis compañeros de cuarto.

Todo eso se dio hace más de siete años atrás. Por ello creo que el tiempo ha menguado las sensaciones y sentimientos experimentados de tal forma que hoy son solo malos recuerdos. Pero también ha exaltado los buenos momentos. Tanto así que perdura en mí una especie de nostalgia, una necesidad de regresar al hotel de carretera en medio de la nada, a la parada de buses donde freía y vendía salchichas y papas fritas, a los días libres en que hacía viajes de kilómetros solo para alejarme de todo. Una parte de mí ansía volver a eso, mientras otra, quizás más sensata, prefiere verlo a distancia.

Lo cierto es que ambas partes desean conservar el recuerdo, tanto lo positivo como lo negativo. Lo positivo por obvias razones: el disfrute y la satisfacción de rememorar situaciones agradables siempre serán invaluables. Lo negativo, sin embargo, requiere una explicación. Sabemos que de lo bueno y de lo malo se aprende; ambas experiencias nos forjan, hasta cierto punto definen quiénes somos, cómo pensamos y qué decisiones tomamos. Y creo que esos tres meses que pasé en Pensilvania, justamente por converger con una variedad de situaciones en las que ya me veía metido desde antes, tuvieron mucho que ver con convertirme en lo que soy hoy.

Y fiel a lo que soy, unos meses atrás decidí escribir una historia al respecto. Y lo que comenzó como un pequeño cuento, es ahora el inicio de una narración ficcional bastante extensa basada en mis experiencias de vida durante esa lejana época. Pienso continuar con ella, seguir añadiendo capítulos, seguir desarrollándola de tal forma que todos esos recuerdos, buenos y malos, estén contenidos en algo que me haga sentir bien. Si la nostalgia me quiere hacer volver, pues volveré, y traeré de vuelta algo más que sólo recuerdos.

sábado, 2 de abril de 2016

Diario bicicleteo

Fuente: http://img04.deviantart.net/c94c/i/2007/278/e/d/cycling_on_the_morning_heath_by_jchanders.jpg

Well maybe we'll find the answers
Or maybe we'll just keed drivin'
With a full tank how can we go wrong?

--As long as we ride, de Spock's Beard


A inicios de año me planteé la meta de ir al trabajo en bicicleta todos los días; hasta el momento ha sido una placentera experiencia, pero con momentos de incomodidad.

Vencer al tráfico es lo que más satisfacción me genera. Compañeros de oficina demoran entre cuarenta minutos a una hora y media para ir o venir de sus hogares; a mí me toma veinte minutos. El ahorrar tiempo es algo que valoro mucho, pero no se compara con la capacidad de ser independiente en su manejo. Es decir, lo único que define cuánto tardaré en llegar al trabajo (además de los semáforos) es la velocidad a la que yo decida pedalear.

Y, por supuesto, otras cosas que me generan satisfacción son el resto de beneficios por hacer algo que me encanta: relajarme, mejorar mi humor, ejercitarme, mantenerme saludable y ahorrarme tres soles en pasajes. Todo esto, en definitiva, me hace sentir que tomé una excelente decisión a inicios de año.

Sin embargo, bicicletear a diario también trae una dosis regular de sinsabores. Conductores, peatones y, curiosamente, otros ciclistas pueden causar incomodidades en mi trayecto al trabajo. Los primeros en tanto manejar una bicicleta en Lima es casi como practicar un deporte de riesgo. Los conductores en general (no solo taxistas y choferes de combi) tienden a cerrar el paso o interponerse en el camino, sea por apuro, descuido o sencillamente por mala intención. Dado que las ciclovías son escasas en esta ciudad, ir por la pista suele ser la mejor (si es que no la única) opción, generando desagradables encuentros con estas personas.

Con los peatones es otra historia y suele estar ligada a otros ciclistas con los que también me cruzo. El camino a mi trabajo tiene varias ciclovías, lo cual debería ser una buena noticia, pero suele traer más problemas que beneficios, con lo cual mi día se ve afectado de forma negativa. Si no hay autos estacionados en ellas, son peatones que las transitan como si fuesen veredas, corredores que no mantienen su derecha y ciclistas que no conocen las normas de tránsito. Creo que todo esto puede reducirse a la falta de respeto, egoísmo e ignorancia de las personas. Tengo mucho más que decir al respecto, pero me saldría del tema.

Felizmente, estas últimas cosas no suceden tan seguido y, obviamente, existen excepciones. Hay quienes gratamente ceden el paso, ayudan a transitar las calles en paz y dan una mano cuando más se los necesita, lo cual trato de emular a diario. Son estas personas las que me hacen sentir que aún hay esperanza para quienes optamos por un medio de transporte diferente. Gracias a ellos y a todas las satisfacciones que mencioné al principio, es que no me arrepiento de haberme planteado la meta de bicicletear a diario.

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