Staring at the ocean line breathing deep
And feeling fine together
--Stay together, de The Jelly Jams
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Hoy recordaba una clase específica de Psicología del Arte, uno de los cursos que más me marcó durante mis años como estudiante. Pensé en ella por una idea que llevaba rondando mi cabeza por un buen tiempo y que explicaré en esta oportunidad.
La consigna de dicha clase, a grandes rasgos, fue tener que imaginar que todos nosotros pasaríamos una extensa cantidad de tiempo en una isla, la cual primero debíamos construir con una variedad de materiales. Pusimos manos a la obra, cada uno eligiendo entre hojas de colores, plastilina, colores, pegamento y demás implementos, trabajando individual o colectivamente, decidiendo por cuenta propia o negociando con los demás qué colocar en qué lugar. Todo esto me resultó relativamente sencillo, particularmente porque lo que se iba armando eran cosas que yo también deseaba que hubiese, como una zona recreativa en la playa, un monte para escalar y bosques en los cuales perderse, así que la cooperación fluyó con facilidad.
Lo difícil llegó luego, cuando se nos indicó que debíamos construir representaciones de nosotros mismos en plastilina y colocarlos en algún lugar de la isla. Cada uno fue haciéndolo, algunos muy seguros; otros, como yo, un poco más dudosos. Tras pensarlo unos minutos, decidí colocarme en la concurrida playa, a pesar de que en el fondo me hubiese gustado estar en lo alto del monte disfrutando la vista o escondido en los bosques leyendo alguna novela. Una vez acabado el ejercicio y mientras el profesor preguntaba a cada uno por qué había elegido determinado lugar, yo no tenía ni idea de qué respondería.
Siempre me he considero un alma solitaria, un poco porque soy introvertido y disfruto mucho mi tiempo a solas conmigo mismo, además de que estar en grupos grandes me drena de energías con rapidez. Pero también porque han sido pocas las veces en las que he sentido una verdadera conexión con alguien más. Mi naturaleza amigable y positiva permite que me lleve bien con mucha gente, y tengo varios amigos en quienes confío plenamente, pero al hablar de algo más profundo, de una conexión mucho más íntima, siento que no la he encontrado tantas veces como me gustaría.
Ese día, ya conociéndome un poco, el profesor mencionó que le parecía interesante que hubiese elegido un lugar tan lleno de gente para colocar mi representación en plastilina. Sin embargo, sin decir más, me libró de tener que dar una justificación a dicha elección, por lo cual me sentí agradecido y aliviado. Pero nunca dejé de pensar en una respuesta, en una explicación que pudiera dar luces a esa decisión que ni yo mismo entendía, más para satisfacer mi propia curiosidad antes que para justificarme. Hasta que di con ella un tiempo después, y hoy la comparto aquí.
Definitivamente prefiero estar por mi cuenta que mal acompañado, pero dado que encontrar un alma afín a la mía no ha sido sencillo, he aprendido a valorar muchísimo la compañía de ciertos grupos de gente. A pesar de mi introversión, tengo amistades que me dan energías en lugar de quitármelas, personas con las que tengo muchísima confianza y con quienes puedo desenvolverme completamente a gusto, mostrándome como realmente soy.
También noté que se debe a unas ganas muy fuertes de pertenecer a algo más grande que yo, a una comunidad, como me sucede en el trabajo; en los dos equipos que tengo no solo me siento aceptado, sino también y especialmente apreciado. Es gratificante sentir que estamos unidos por metas en común. Y en casos particulares, que si uno tropieza, otro hará lo posible para evitar que caiga.
Y de eso se trata todo esto, de disfrutar el tiempo a solas, sí, pero también de valorar la calidez humana que otros brindan, indistintamente de cuán afines podamos ser.
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