martes, 27 de abril de 2010

La caída del año

There are plenty of ways that you can hurt a man
And bring him to the ground
You can beat him, you can cheat him
You can treat him bad and leave him
When he's down

--Another one bites the dust, de Queen


Hoy volví a tener un accidente en bicicleta después de varios meses, probablemente el peor que he tenido en un poco más de un año. Pero no fue la caída en sí, sino lo que (no) sucedió tras ella lo que me sorprendió muchísimo.

No fue uno de esos accidentes en los que el susto o la vergüenza son mayores, sino del  tipo en que la caída es realmente dura. Tomé demasiada velocidad en una curva en la que no suelen pasar muchos carros pero los pocos que lo hacen van bastante deprisa, pasé por encima de un charco de agua y el error llegó cuando intenté subir a la vereda por una de esas subidas inclinadas que tienen los estacionamientos. Lo peor de todo es que mis usuales caídas se deben precisamente a esta mortal combinación, llantas mojadas y la subidita inclinada. Fracciones de segundo antes de caer, cuando ya estaba a centímetros de la vereda, me escuché decir "¡no lo hagas!", pero fue demasiado tarde. La llanta delantera resbaló y me vi deslizándome por la calzada hasta que la bicicleta chocó contra un poste de luz, el timón dio contra mi pierna, mi espalda fue detenida por las rejas de una casa y mi cabeza, felizmente, quedó intacta gracias a mi casco.

La caída fue la primera sorpresa, pero la segunda y mayor fue que nadie se acercó a ayudarme. Es la primera vez que tengo un accidente frente a tantas personas, e imaginaba que al haber más de ellas la probabilidad de que alguna me ayudase a levantarme o siquiera preguntar si estaba bien sería proporcionalmente mayor. Pero me equivoqué. Es cierto que fui demasiado imprudente o que solo estuve en el suelo unos segundos, y que la adrenalina amortiguó gran parte del dolor, pero me sorprende que nadie dijese nada. Las personas tan solo pasaron por mi lado como si nada hubiese ocurrido y algunos otros se quedaron mirándome de lejos con cara más de crítica que de preocupación.

Esto me hizo recordar una serie de ideas que tengo o que había escuchado. Como que se diga que son muy pocas las personas que tienen el impulso de reaccionar atentamente frente a un desconocido. El experimento perfecto para probar esto es dejar caer monedas en la calle mientras se está junto a extraños. En teoría la mayoría de veces no habrá nadie que ayude a recogerlas, pero tendría que probarlo para realmente considerar esto cierto, aunque este episodio con la bicicleta es un buen comienzo para demostrarlo.

Creo que todo depende de la cercanía que se tiene con la persona, no en el tipo de relación sino en la distancia física. Es decir, quien está más cerca cuando el accidente se da suele sentir que es su responsabilidad ayudar. La pregunta con la que me quedo es "¿cómo habría reaccionado si esto o algo similar le hubiese pasado a otra persona y yo estuviera cerca?".

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