miércoles, 27 de abril de 2011

Puntos de quiebre


Each and all of us have time in their life,
A self-realization that with all regret turns to light

--No chances lost, de Cellador


Estos días he visto dos películas que han dado vueltas alrededor de un mismo tema: la felicidad. Si bien la forma en que cada una lo aborda es distinta, la idea que he podido sacar de ella es una sola.

Por un lado estaba el tema de la muerte en tanto uno de los personajes debía lidiar con la noticia de que tenía cáncer y que no le quedaba mucho tiempo de vida. Por otro, en la segunda película, el protagonista se había convertido en un hombre huraño y absorbido en sí mismo tras vivir años de duelo por la muerte de su esposa. Sin embargo, en ambos filmes se da un cambio en los personajes que los lleva a mirarse a sí mismos, a ver cómo han llevado sus vidas y cómo quieren vivir desde ese momento en adelante. De esto es justamente lo que quisiera hablar, del cambio.

Hace algunos años un amigo me comentaba cómo varias de las personas que conocía le contaban sobre hechos en sus vidas que los habían impulsado a revaluar sus actitudes y posturas, y cómo ahora eran más felices que antes. Dijo, también, que a él nunca le había sucedido algo como aquéllo. En ese entonces me identificaba con su situación, aunque dudaba que tal cambio realmente pudiese darse alguna vez. Pero luego de ya varios años desde que se dio esa conversación, hoy entiendo lo equivocado que estaba al pensar así, especialmente por sentir que he vivido algo de esa naturaleza. Mi error nacía de ver ese cambio como algo radical, un evento "de una vez en la vida" que abriría los ojos de aquel que pasara por la experiencia y que lo convertiría en una persona nueva y mejor.

Ahora creo que no funciona de esa manera. En todo caso, podrían darse una o varias situaciones que ayudarían a tener diferentes perspectivas acerca de lo que se vive, y el cambio, si llegase a darse, sería gradual y a lo largo de un periodo de tiempo. En las películas se presentaba como una alternativa distinta a la muerte y como una oportunidad de abrirse al contacto humano, lo cual no significa que sean las únicas vías por las que uno podría "abrir los ojos". Personalmente, visto desde la idea que intento explicar, siento que he cambiado más para bien que para mal en los últimos dos años (aunque aún haya un largo camino por recorrer) gracias a varias situaciones clave en todo este tiempo sobre las que he ido hablando en posts pasados. Quizás por ello vea el cambio de esa manera.


¿Cómo se relaciona esto con la felicidad? Diría que todo ser humano avanza hacia el mejoramiento de su propia persona, y cada punto de quiebre es la oportunidad perfecta para acercarse más a ella. Muestra de esto es el cómo muchos de nosotros buscamos aprender de nuestras experiencias con la finalidad de no cometer los mismos errores en el futuro. Aunque, como en todo tema humano, no es posible generalizar. Sin embargo, sí me atrevería a afirmar que todos queremos alcanzar la felicidad (sea cual fuere), incluso si de manera consciente lo negamos o lo dudamos, o si ignoramos cómo.

viernes, 15 de abril de 2011

¿Mentes abiertas a la tolerancia? (tercera parte)


Nothing ever gets done,
Not until your war's won

--Born on a different cloud, de Oasis


Después de haber tenido cinco clases del curso de Sexualidad Humana, la visión que tengo con respecto a las personas en términos de género y sexualidad ha cambiado muchísimo. A pesar de que la profesora tiene una clara inclinación feminista, las ideas que ha expresado, tanto en defensa de la mujer como del hombre, me han ayudado a tomar en cuenta puntos que antes me eran desconocidos o que veía erróneamente. Es discutible mucho de lo que se ha presentado a lo largo de esas clases, pero el hecho principal sigue siendo el mismo: existe más de lo aparentemente visible.

En cada una de las clases me he sentido indignado y hasta asqueado con lo que me he ido enterando, particularmente con lo referido al trato de la mujer en nuestro país, pero en especial en culturas muy diferentes a la nuestra: mujeres en Afganistán obligadas a llevar burkas, mujeres en Birmania que llevan anillos que alargan sus cuellos, o la ablación de clítoris en muchos países de África. La idea de que la vida de todas las personas no vale lo mismo, de que hay unos que son mejores que otros, es un discurso que se repite en muchísimas sociedades, en algunas de manera más solapada que en otras. Y la práctica de esta idea se mantiene justamente porque es conveniente para aquellos en el poder, en tanto preservan el estado actual de las cosas; el cambio implicaría la reorganización de un orden que funciona para ellos y que discrimina al resto. Aceptar la homosexualidad, por ejemplo, implica un cambio no sólo social, sino también cultural, político y religioso.

Tras salir del colegio me interesé mucho en temas relacionados al género, pero la información que recabé, fuese por motivos personales o para el desarrollo de algún ensayo, no fue suficiente, como ahora compruebo. Todos estos nuevos datos que he ido recibiendo, de los cuales sólo he mencionado una minúscula parte, me animan a expresar mi descontento no solo a través de lo que escribo ahora, sino también de manera más activa y con miras a un verdadero cambio. Cómo exactamente, es algo que preguntaré en mi siguiente clase.

lunes, 11 de abril de 2011

¿Cambiarían?


I could disappear into the crowd
But not if I keep my head in the clouds

--Hand over fist, de Rush


Recuerdo haber leído hace varios años un cómic en el que se mencionaba un objeto con propiedades mágicas. Su forma, si no me equivoco, era la de una mano, y permitía realizar una tarea o actividad de manera prácticamente instantánea, aunque el esfuerzo que hubiese supuesto llevarla a cabo sin aquél seguía dándose. Es decir, en el caso de que se quisiera construir una casa, por ejemplo, gracias al objeto mágico la construcción duraría segundos, pero la persona se sentiría exhausta sin importar el poco tiempo que tomase hacerla; es como si el tiempo se hubiese acelerado, pero las energías invertidas en la acción siguiesen siendo las mismas.

Me llamó mucho la atención no por el hecho de poder ahorrar tiempo, sino como método para evitar los nervios o la ansiedad antes y durante la tarea. En realidad no dejarían de sentirse, pero la satisfacción, el alivio y la sensación de competencia luego de acabada la actividad llegarían mucho antes. No es una forma de saltarse las dificultades, sino de alcanzar metas de manera más rápida. Básicamente consistiría en acortar lo negativo (sin quitarle intensidad) y disfrutar lo positivo antes de tiempo.

Con esta idea en mente, me hice la siguiente pregunta: ¿Cambiaría para bien las vidas de las personas si verdaderamente existiese un objeto con tales propiedades o si las experiencias en general se diesen siempre así? Mi primera respuesta sería que sí, que la gente experimentaría mayores sentimientos de logro y satisfacción. Pero luego pienso que tal vez sea una postura muy hedonista, pues si bien no hay disminución de vivencias desagradables, se podría enaltecer las sensaciones placenteras por su mayor duración.

Si bien todo esto nace de un hecho fantástico, creo que nunca está de más dejarse llevar por irrealidades y ver hacia adónde nos dirigen. Las conclusiones obtenidas de aquél, por supuesto, sirven de una u otra forma.

sábado, 2 de abril de 2011

En potencia


Is it time for the road,
I don't know, don't know

--The road, de Zero 7


Hace unas semanas atrás al fin di el examen de manejo para obtener mi licencia de conducir. Felizmente lo pasé al primer intento, pero siendo totalmente consciente de mi desempeño durante la prueba, diría que no merecía haberla obtenido.

Al no tener carro propio, tuve que alquilar uno en el centro de exámenes, y aunque probé los pedales, el timón y los cambios antes de iniciar el circuito donde sería evaluado, olvidé comprobar que las luces direccionales funcionaran. Fue así como, apenas empecé la prueba, utilicé la palanca equivocada para indicar que doblaría a la derecha, y en lugar de prenderse una luz activé el parabrisas. Este carro en particular, a diferencia de los otros cuatro que utilicé para practicar en semanas anteriores, tenía las palancas invertidas. Siendo el primer tramo de todo el circuito, ya estaba demasiado nervioso, aunque todavía pensaba que podía pasar.

El siguiente problema llegó cuando tuve que hacer otra curva, pues a pesar de que esta vez halé la palanca adecuada, nuevamente volvió a activarse el parabrisas. Dirigí la mirada a uno de los evaluadores y noté que pasaba de observarme a escribir algo en la cartilla de evaluación, con lo cual me puse todavía más nervioso y olvidé hacer el cambio de primera a segunda velocidad, lo que resultó en una llamada de atención de su parte. Más que falto de esperanza por pasar el examen, me sentía muy molesto conmigo mismo por no haber probado el carro en su totalidad, y aún más molesto con las personas que me lo alquilaron. Tuve que tomarme unos segundos para entender cómo funcionaba la palanca de luces direccionales, y así comprendí que estaba malograda. Sin embargo, pude arreglármelas para hacerla funcionar, aunque desatendiendo un poco el agarre del timón.

El estacionamiento en diagonal no me causó dificultades, pero recuerdo claramente que ya en ese punto sentía que no valía la pena continuar con la prueba. Más adelante volvieron a indicarme que no había realizado el cambio de velocidades, y mientras repasaba en mi cabeza las posibles justificaciones que podía dar en caso me negaran la licencia, calculé mal las distancias en el estacionamiento paralelo. Milagrosamente conseguí parquearlo adecuadamente. La última prueba, el arrancar el carro desde una posición inclinada, la parte que varias personas referían como la más difícil de todo el circuito, pude pasar por poco, temblando y seguro de tener muchísimas fallas.

A pesar de todo, ya en la sala donde esperaba los resultados, mientras me decía que reclamaría o que pediría dar la prueba nuevamente, quedé sorprendido luego de que me llamaran para llenar algunos datos y recibir mi licencia. Me alegró muchísimo la noticia, sin duda sentí que el peso de la vergüenza se alivianaba enormemente, pero más allá de haber conseguido lo que había ido a buscar, sentí que no lo merecía.

Si bien practiqué bastante las semanas y días anteriores, mi desempeño durante el examen no reflejó mi verdadera habilidad de manejo de un auto. Y aunque tampoco cometí errores tan cruciales, como chocar contra otro carro o que se me apagase el motor, comprendí que los estándares de evaluación para adquirir un brevete son demasiado bajos, al menos en el Perú. Pienso que el sistema debería ser más riguroso, y creo que, como yo, probablemente muchos otros no deberían haber pasado al primer intento. Así al menos se haría un poco más por evitar accidentes de tránsito debido a errores cometidos por conductores inexpertos, incluyéndome.

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