Empty pockets tell the stories
--Broken hearts, torn up letters and the story of a lonely girl, de Lostprophets
La semana pasada, mi abuela visitó el antiguo edificio en el cual vivíamos y del que nos mudamos un año y medio atrás. Allí encontró una carta que había sido enviada dos años antes a esa misma dirección, pero cuyo destinatario no era mi abuela, sino muy posiblemente el anterior dueño del departamento. Al no tener información sobre la persona, decidió abrir el sobre en busca de datos que le pudiesen ayudar a localizarla, pero no halló nada escrito dentro de él. En lugar de eso, había cerca de una decena de fotos de un bebé que no podía tener más de cuatro o cinco meses de nacido. Este incidente me dejó pensando en varias cosas, pero principalmente me hizo recordar una situación medianamente similar que ocurrió a comienzos del 2009.
En ese entonces estaba viviendo en Estados Unidos con un grupo de amigos como parte de un programa de trabajo de verano para estudiantes universitarios, y la situación en cuestión fue consecuencia de un evento acontecido un par de meses antes. Uno de mis amigos creía haber perdido su pasaporte, y tras muchos minutos de angustia y de búsqueda desesperada, notamos que se hallaba en un compartimiento en la base del mueble donde guardaba su ropa. Al colocarlo en una de las gavetas, debió haberse deslizado por las ranuras y caído al fondo. Sacamos el cajón y lo recuperamos. Y varias semanas más tarde, impulsados por la curiosidad (y más que nada el aburrimiento), decidimos investigar si podíamos encontrar algo más ahí dentro. Sólo encontramos un papel roto en varios pedazos, ante lo cual mis amigos perdieron el interés. Pero yo no.
Reuní todos los pedazos y fui colocándolos de acuerdo a como notaba que iban encajando, hasta entender que se trataba de una carta. Apenas terminé de armarla no pude resistirme y comencé a leerla. Había sido escrita en el 2004 por una mujer que decía haber viajado por todo el país con la esperanza de reencontrarse con el hombre a quien amaba, el destinatario, y le pedía una segunda oportunidad. Esto me dejó con la cabeza llena de preguntas: ¿Por qué rompió la carta? ¿Era una copia de borrador? ¿Qué hacía perdida debajo de un mueble en un hotel de carretera en Pensilvania? ¿Se habrían llegado a ver? ¿El hombre le habría dado otra oportunidad? No esperaba obtener respuesta.
Lo mismo me sucedió con las fotos del bebé; tanto ahora como entonces, me quedo con muchas incógnitas. Sin embargo, lo que más perdura es la sorpresa que me da el sentirme involucrado de cierta manera en la vida de estas personas a pesar de no tener idea de quiénes son. Antes de ver las fotos o de leer la carta, podían haber seguido viviendo y yo probablemente jamás habría reparado en su existencia, lo que proporciona una imagen estupenda de lo enorme que es el mundo y las miles de historias que ocurren a nuestro alrededor en todo momento. O que incluso pudieron haber ocurrido años antes en el mismísimo lugar donde nos encontramos parados y de las cuales nosotros no tenemos idea.
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