lunes, 31 de enero de 2011

Mi verdad es la correcta (primera parte)


Though I'm closer to wrong
I'm no farther from right

--Truth, de Seether


Nuevamente he estado dándole vueltas al tema de la verdad. Pero no tanto teniendo en cuenta su contrapartida, la mentira, sino la verdad como creencias absolutas mediante las cuales la gente se rige, sean o no ciertas para el resto del mundo. Es decir, tener la seguridad de algo, tomarlo como verdad, y que aún así exista espacio para la equivocación.

Un evento puede ser único, objetivamente puede haberse desenvuelto de una sola manera. Pero cada persona lo vive de forma distinta, por lo que tendrán perspectivas diferentes con respecto a él, narrarán los hechos de acuerdo a las sensaciones que tuvieron y lo que puedan recordar de él. Así, incluso si diez personas se vieron involucradas en una misma situación, todas tendrán algo distinto por decir. Y aunque haya instancias en que las descripciones de algunos concuerden con las de otros, visto como un todo, sus perspectivas serán disímiles. Y no por eso tendrá que concluirse que están mintiendo. Para ellos, su recuento de las circunstancias será su verdad, y poco o nada valdrá que alguien más los contradiga con su propia versión, o que el hecho objetivo (la forma en que realmente se dio el evento) no concuerde con su historia. Si al asunto se le añade un cariz personal y emocional, es muy probable que se intente defender la propia creencia con una mayor determinación.

Creo que el guiarse por una religión va un poco por ese lado, pero no es a lo que quiero llegar. En el caso de las religiones, no pienso que exista equivocación siempre y cuando uno elija en qué tener fe, que sea medianamente coherente y que implique una mejora personal (aunque esto también es un poco subjetivo). Probablemente en otro post ahonde más al respecto.

A lo que voy es que las perspectivas tienen una capacidad enorme de llevarnos ciegamente al error. En algunos casos puede que no sea tan malo dejarse llevar por una creencia equivocada, si no daña a nadie, incluido uno mismo. Pero, en realidad, en este momento sólo se me ocurren una enorme variedad de circunstancias en las que tener perspectivas distintas dé como resultado discusiones, por decir lo menos. Y, como mencionaba, si se agrega el valor sentimental, pueden tener desenlaces muchísimo más críticos. Creo que esta es la peor manera de pelearse con alguien, pues uno se cierra en sí mismo y no consigue ver las cosas desde la posición de los demás, no porque no quiera, sino porque el hacerlo va en contra de lo que se cree, de lo que se toma como verdad. Y, tanto de manera consciente como subconsciente, a nadie le gusta admitir que se equivoca.

Por aquí podría introducir el tema de la empatía, que no es sólo "ponerse en los zapatos de los demás", sino algo más profundo, entender e identificarse con las circunstancias del otro, de tal manera que pueda haber, por ejemplo, una mejor comunicación. El punto es que es extremadamente difícil ser empáticos, más aún durante una pelea, y todavía peor si no creemos en lo mismo que el otro. Pero, para no explayarme más de lo necesario, dejaré este tema para otro momento.

martes, 25 de enero de 2011

Difícil de compartir


Please could you stop the noise,
I'm trying to get some rest

--Paranoid android, de Radiohead


Este verano he estado pasando más tiempo en la playa en comparación con los anteriores, y esto ha hecho que me pregunte por qué razón no lo hacía tanto antes.

En un sentido estricto, me encanta la playa. Cuando pienso en palabras como "tranquilidad" o "paz" mis pensamientos se dirigen inmediatamente a ideas relacionados con el mar y la arena, y tal vez sea por esto que me gusta tanto, porque son en momentos como aquellos en los que realmente disfruto de la playa. Sin embargo, no suelo visitarla muy seguido debido al enorme atractivo que también supone para muchísimas otras personas, las cuales rompen un poco la imagen de serenidad que usualmente busco. Antes solía evitar ir a la playa por razones un tanto más superficiales, por no sentirme cómodo con mi cuerpo o porque me costaba desenvolverme en lugares con demasiadas personas.

Ahora que soy menos consciente de mí mismo, que no me avergüenzo con facilidad y que manejo mejor las situaciones sociales, he descubierto que disfruto más de la playa, aunque no del todo. Podría decirse que soy un poco egoísta en ese respecto, pues estoy convencido de que gozo más de las olas, de la brisa marina y de la arena cuando estoy solo o acompañado por un grupo pequeño de amigos, de tal manera que no tenga que compartir la playa con nadie más. No me quejo de ocasionalmente ver a una que otra chica simpática en bikini, pero no diría que es la principal razón por la que frecuento este lugar, aunque sí es uno de los pocos incentivos para convencerme de ir cuando está repleto de gente, al igual que lo es el pasar un buen rato con los amigos.

Supongo que el tener una casa de playa se añade como excelente razón para pasar más tiempo allí y para ir tratando de hacer un balance entre las dos visiones que tengo acerca de ella. Utilizaré los días para veranear junto a cientos de personas, pero durante las madrugadas y los atardeceres la playa será mía. Al menos de manera figurada.

jueves, 20 de enero de 2011

¿Una vida "apretada"?


I can do what I think
it's right within these walls

--Not free enough, de Mindflow


Hay una palabra que he escrito decenas de veces en este blog, la cual va unida a una idea que da cuenta de lo mucho que significa para mí vivir de acuerdo a ella, pero sobre la que nunca me he detenido lo suficiente como para explicar qué quiero decir cuando la menciono. Me refiero a la libertad.

Cuando hago alusión a ella no quiero decir que cada individuo deba hacerse cargo de sí mismo (creo que eso iría más por el lado de la independencia) o que sea dueño de sus propias decisiones y pensamientos, sino a algo más profundo, sin excluir necesariamente un poco de los puntos anteriores. Diría que existen grados de libertad, y que alcanzar el punto máximo sería prácticamente imposible, empezando por el hecho de que estamos siendo constantemente limitados desde el día que nacemos. Vivir al lado de otras personas implica una existencia con "fronteras", pues podemos "hacer lo que queramos", pero nunca pisando la capacidad de ser libres de los demás, al menos no sin consecuencias que, a la larga, implican el cese de la nuestra. Aquí entra en juego todo lo que viene ser leyes, prohibiciones y derechos que en última instancia buscan establecer un orden, el mismo que se presenta como un límite adicional. A lo que voy es que somos libres en tanto dejamos a otros serlo, por ello es ilógico pensar en una vida de completa libertad mientras se viva en sociedad. El punto es que todos vivamos tranquilos, con una libertad variable de persona a persona (en el mejor, y más improbable, de los casos teniéndola todos en igual cantidad).

No quiero decir que la idea sea alejarse de la civilización y llevar una vida de ermitaño; creo que esto presentaría sus propias limitaciones. Tampoco busco repetir lo que había mencionado en un post anterior acerca de tratar de conseguir armonía y cooperación entre los seres humanos (en él doy una breve opinión de por qué pienso que es utópico esperar que algo así suceda). Me refiero a algo distinto.

La verdadera libertad reside en el hecho de que cada uno debe hacer el mejor uso de la que tiene, tan limitada como pueda ser, en lugar de empecinarse por conseguir más de ella a expensas del resto. Creo que no estaría mal "probar las fronteras" ocasionalmente, ir ganando terreno sin quitárselo a otros y a la vez ceder un poco del propio. En términos más concretos, probar qué tanto nuestras decisiones y actos afectan a los demás y hacer pequeños sacrificios que los beneficien igualmente. Por ejemplo, ser un poco más permisivos con los hijos si éstos demuestran que se puede confiar en ellos, o dejar ganar una pequeña discusión a un amigo incluso si sabemos que estamos en lo cierto.

Aún me queda mucho por decir sobre el tema, siento que apenas he rozado la superficie de una idea que podría explotar mucho más, considerando los muchos posts en los que la he mencionado siempre refiriéndome a situaciones distintas. Pero, por el momento, la dejaré aquí.

miércoles, 12 de enero de 2011

La tesis de la papaya


I'll take the chance before the chance has gone
You never know when it may be your last

--Live for today, de 3 Doors Down


Poco menos de un año atrás tuve una conversación bastante interesante con mi tío Sandy sobre un tema que sólo después de todo este tiempo he podido llegar a comprender. Desayunábamos inicialmente en silencio hasta que él, con un movimiento rápido, levantó un pedazo de papaya con el tenedor y se quedó mirándome hasta que pregunté qué pasaba. Luego de un par de carcajadas pasó a preguntarme qué me parecía el acto de tomar ese pedazo de fruta y comérselo por ninguna otra razón más que porque tenía hambre y porque en ese momento la fruta estaba a su alcance. Le dije que parecía un acto oportunista, de alguien que aprovecha una circunstancia para sacar lo mejor de ella. Él me miró sorprendido, terminó de comer la papaya y me pidió que lo pensara mejor. Y así me dejó esa mañana, y el resto de días que pasó en Lima antes de volver a su hogar, pensando y repensando lo que había dicho, buscando una mejor explicación o, quizás, en la que él pensaba.

Sandy es una de las personas con las que puedo hablar de lo que sea, desde trivialidades y sinsentidos hasta temas existenciales y profundos, y es en parte por eso que disfruto mucho el tiempo que pasamos juntos. Me identifico con él en tanto compartimos el amor por el ciclismo y los deportes en general, y aunque el suyo es un espíritu mucho más aventurero que el mío, me incluye en sus andanzas como si fuese su igual. Admiro, especialmente, la forma que tiene de ver la vida y cómo ha logrado vencer los fantasmas de su pasado, incluso aunque hayan veces en que mi opinión puede ser totalmente contraria a la suya. Debido a todo esto confío en sus palabras y las tomo bastante en cuenta, y es así como pasé casi un año meditando sobre el tema de la papaya.

La conclusión a la que he llegado, y que más tarde discutiré con él, es que se trata de ver el oportunismo desde otra perspectiva. Al comer el pedazo de fruta porque tenía hambre y porque estaba a su alcance en ese momento estaba satisfaciendo una necesidad inmediata; es decir, no importaba cómo habría estado dos, tres o hasta seis horas más tarde, en ese instante quería comer y podía hacerlo. Básicamente, estaba viviendo el "ahora", no se preocupaba por circunstancias posteriores, no planeaba la serie de acciones que llevaría a cabo luego; no comía la mitad de la papaya y guardaba el resto por si lo necesitara después. Quién sabe, tal vez horas más tarde volvería a tener una fruta a su alcance. Esto, traducido a un ámbito más amplio, podría entenderse como el vivir tranquilos con nuestra situación actual y enfrentar cada cosa conforme vaya llegando. No adelantarse a eventos inciertos que puedan o no darse a futuro, sino concentrarse en el presente. Todo, por supuesto, considerando las consecuencias y, por lo tanto, cómo responder a ellas a su debido momento.

Lo curioso es que toda esta reflexión nació de mí, de lo que pienso y, en gran parte, según como intento guiar mi vida. Es posible que Sandy haya tenido la papaya en su tenedor y dicho para sí mismo "vamos a hacer pensar a este chico", y que nunca tuviese una respuesta él mismo; que su intención haya sido sólo hacerme reflexionar y darle una vuelta a mi manera de mirar el mundo, lo cual no me sorprendería de su parte. Hasta imagino que realmente puede ser así. El punto es que me hizo pensar, y me encanta que me pongan en ese tipo de circunstancias, incluso si todo esto comenzó con una papaya.

martes, 11 de enero de 2011

Esa conexión mística


There's a shadow hanging over me,
I'm not half the man I used to be

--Yesterday, de The Beatles


Hoy, mientras veía algunas grabaciones que hice años atrás, pude recordar momentos de mi vida que creí robados por el olvido y, particularmente, a una amiga muy especial con quien llevo ya varios años de incomunicación debido a una variedad de malas decisiones. Refiriéndose a asuntos más generales, tanto mi papá como mi abuela me han repetido muchas veces desde pequeño que no debo vivir en el pasado, que, por el contrario, debo concentrarme en el presente. Por lo general no discuto esto con ellos, pero creo que estoy de acuerdo solo a medias. Admito que puedo pasar más tiempo del ideal reviviendo recuerdos, pero ello es debido a dos razones fundamentales: por un lado, al observar el pasado aprendo a no cometer los mismos errores en el presente; por otro, me gusta.

Al ver las grabaciones estaba haciendo un poco de las dos cosas, disfrutando lo que veía y a la vez recordando con mayor fuerza que hay un asunto mal resuelto en mi pasado que concierne a la amiga de la que hablo. Si no entro en detalles al respecto es debido a que todavía me siento afectado por el tema, aunque la verdad es que con el pasar del tiempo ha ido volviéndose cada vez menos apremiante y, en consecuencia, menos presente. La peor parte de esta situación es que ya ha habido oportunidades de disculparme por lo sucedido, y aunque lo he hecho, he dejado de hacer justamente aquello por lo que me guío: aprender. Así es como he decepcionado más de una vez a esta chica, equivocándome de la misma forma al menos tres veces. Y es por esto que, con justa razón, de manera cortés rechaza cada uno de mis intentos por restablecer comunicación con ella.

Tal vez se trate de poner en orden mi vida, reparar lo dañado con la intención de proclamar que no tengo nada de qué arrepentirme; quizás se trate de demostrar tercamente que sí puedo mejorar, que puedo aprender a no cometer el mismo error una vez más, que realmente he cambiado; puede que sólo se trate de la necesidad de estar en paz conmigo mismo. Incluso si cada una de esas razones resultan ser ciertas, pienso que aquello que verdaderamente me impulsa a recobrar la amistad de esta chica es, valga la redundancia, volver a ser amigos. Ya varias veces he mencionado lo mucho que me gusta dejar un granito de arena en las personas que conozco, influir positivamente en ellas al menos un poco; pues bien, es eso exactamente lo que ella dejó en mí, más que un granito de arena, muchos de ellos, los suficientes como para decir que me regaló una pequeña playa (quizás exagerando un poquito). Seguiré viviendo en el pasado tanto tiempo como sea necesario, si así mantengo vivo el recuerdo que tengo de ella. Hasta que pueda encontrar la manera de hacerlo llamar un "asunto bien resuelto".

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