miércoles, 13 de julio de 2011

Buenas noches, Argentina (última parte)


Bring me closer to heart attack
Say goodbye and just fly away

--Sweetest goodbye, de Maroon 5


Ayer fue mi último día en Argentina, aunque dados los acontecimientos ocurridos en el aeropuerto, el viaje podría haberse alargado.

Comencé el día de madrugada, pues tuve que arreglar mis cosas, guardarlas en mis maletas, cerciorarme de que no olvidaba nada y hacer el check-out del hotel, todo antes de las nueve de la mañana, hora a la que se presentó la guía que me llevaría en un tour por la ciudad. Mientras miraba por la ventana de la camioneta en la que era transportado, pensaba que hubiese sido mejor idea tomar aquel tour el primer día de mi visita, así habría sabido orientarme mejor o, quizás aún más importante, habría sabido de lugares que no estaban dentro de mi itinerario y que podría haberme dado el tiempo de visitar. Nada emocionante pasó en las tres horas que duró el tour, aunque sí pude conocer un poco de la historia de Buenos Aires y también del idioma portugués, pues era el único de los visitantes que hablaba español; el resto era de Brasil. Fue más una vivencia graciosa que un problema.

Alrededor del mediodía, ya por mi cuenta, di un paseo por Puerto Madero y decidí almorzar en el restaurante "Siga la Vaca", donde había buffet de carnes y ensaladas. Allí me sentí un poco fuera de lugar, pues a pesar de conocer cómo funciona un buffet, muchos de los nombres de las carnes me eran confusos y no soy amante de la ensalada. Terminé dejando varios platos sin comer y preferí terminar el almuerzo con un postre para no seguir pasando vergüenza. Luego caminé hasta el café Tortoni, gran recomendación de parte de muchas de las personas a las que les comenté que visitaría Argentina, y disfruté mucho de la atmósfera del lugar y del delicioso café que pedí. Me quedé un rato dibujando y después salí rumbo a mi hotel, y, minutos más tarde, rumbo al aeropuerto.

Aquí fue donde se dio el verdadero problema. No solo tuve que hacer una cola inmensa debido a que, al parecer, varios colegios habían decidido hacer viajar a sus alumnos a quién sabe dónde, sino que tuve que ir hasta un extremo del aeropuerto para pagar el exceso de equipaje (que ya sabía que pagaría) y esperé media hora para ser atendido a pesar de ser el primero en la fila. El mismo hombre que me atendió fue quien me dijo que debía apresurarme a la sala de embarque, pues, como me señaló, faltaban cinco minutos para mi vuelo. ¡Cinco minutos! ¿Qué había pasado con el tiempo? Y ¿por qué mi plan de vuelo (al contrario que mi boarding pass) decía que todavía me quedaba una hora? No me quedé a averiguarlo y corrí escaleras arriba.

Mientras avanzaba por entre las personas se me ocurrió que tal vez podrían dejarme pasar, así que fui pidiendo permiso a varias personas mientras les mostraba mi ticket y lo poco que me quedaba para subir a mi avión. Creí estar a tiempo pasado ese primer cuarto, pero luego vino la fila para pasar por migraciones, una interminable hilera con docenas de personas, muchas de las cuales eran varios colegiales. Traté de hacer la  misma jugada, ir pidiendo permiso para ir primero, hasta que me topé con un grupo de personas que decía ir en el mismo vuelo y que no debía preocuparme, pues todavía quedaba poco menos de una hora para que el avión partiese.

Más tranquilo, decidí regresar al final de la fila. Esto resultó ser un error, a pesar de haber querido ser lo más justo posible con todas las personas que me dejaron adelantarme, pues los minutos pasaban y la hilera avanzaba muy lentamente. Cuando al fin pasé migraciones, literalmente corrí hasta la puerta de embarque con la mochila al hombro, con el boarding pass en una mano y la otra sujetando los pantalones que se me caían. Ese día había salido del cuarto de hotel pensando "seguro en el aeropuerto me pedirán que me quite todo lo que sea de metal, así que hoy no usaré correa y me ahorraré el problema"; no fue mi día de suerte en lo absoluto, pues nunca se dio el momento en que tuviese que quitarme nada, solo me revisaron con las manos. 

Llegué al avión sudando por todas partes y oliendo a desesperación, tomé asiento, di un gran respiro y me fui tranquilizando dos, tres, cinco, diez, veinte minutos. Pasó todo ese tiempo, y el avión seguía en el suelo; había corrido como nunca y aún así el vuelo no salió a tiempo. En ese momento ya no pude hacer más que sonreír por mi suerte, que a veces puede ser buenísima y en otros casos, como en este, se revierte por completo. Aunque nunca hasta el punto de ser un desastre, ya que, a fin de cuentas, pude llegar a Perú sano y salvo, luego de una aventura increíble. Y así me despedí, con el corazón en la boca y con un "buenas noches, Argentina, nos volveremos a ver".

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