martes, 30 de marzo de 2010

El valor de una experiencia a destiempo





--Time, de Angra


En respuesta al comentario de Takashi en el post anterior, escribiré sobre una duda que tenía hace mucho tiempo pero que ya he ido respondiendo. Aunque sólo puedo asumir que he llegado a la verdad. 

Se supone que parte de nuestra experiencia se limita a lo que vivimos (incluyendo lo que otros nos cuentan que viven), así que si, por ejemplo, un día salgo a la calle con una videocámara y grabo cada lugar al que voy, soy consciente de todo lo que veo (es decir, una parte de mi experiencia la adquiero por lo que veo). Pero si luego regreso a mi casa y observo lo que grabé, me voy a percatar de otras cosas que no vi cuando estaba en los lugares a los que fui. Como si en un primer plano estuviese grabando cómo pasan los carros y en uno de fondo hay alguien saludando desde el quinto piso de un departamento y del que nunca me percaté hasta que lo vi en el video.

Lo que antes me preguntaba era si una experiencia es más valiosa que otra. Ahora entiendo que el valor tendría que medirse de acuerdo a la información relevante que se recibe de cada vivencia, es decir, qué tanto nos ayudan en determinada circunstancia o si se puede aplicar lo aprendido. Pero me nace una nueva duda. ¿Cómo evaluar qué dato es de mayor importancia? Tal vez ver a alguien saludando me parece intrascendente, pero no puedo saber si en mis manos está la prueba de que dicha persona no podía haber estado cometiendo un crimen por el que se le acusa porque saludaba desde su ventana en el momento en que se desarrollaba aquél. Todo es relativo, supongo. Y justo va de la mano con una frase de un post anteriorincluso lo que podría tomarse como insignificante en determinado sentido puede tener un carácter definitivo en otro.

No tiene nada que ver con "voyeur", pero por alguna razón me hizo recordar todo esto.

lunes, 29 de marzo de 2010

En la mira







--State of shock, de Nightingale


Dos días atrás me regalaron la videocámara que esperaba obtener desde hace ya buen tiempo, una especialmente diseñada para ser montada en un casco y así grabar mis bicicleteadas. Y ayer hice la primera prueba.

Quise comenzar con una ruta entretenida, así que fui directamente a la avenida Javier Prado, donde imaginaba que habría bastante tráfico, aunque por ser domingo ya temía que no fuese suficiente. Felizmente, hubo la cantidad adecuada de carros y autobuses para capturar algunas buenas y atrevidas escenas. Luego fui hasta el malecón de Miraflores para grabar el acantilado y la siempre hermosa vista al mar, donde el sol y una escasa cantidad de nubes contribuyeron en tomas casi perfectas. Finalmente, ya de regreso, filmé algunos saltos que nunca antes había conseguido hacer. Llegué a mi casa emocionado por ver lo grabado.

Descargué los archivos en la computadora, instalé los programas necesarios para editar videos y me dispuse a ver uno por uno. Fue entonces cuando descubrí que no había grabado nada. El sistema que había estado utilizando para iniciar la grabación no era el correcto, y las instrucciones sobre el uso adecuado de la cámara no ayudaban a entender qué debía hacerse realmente. Es decir, todo lo que había hecho ese día, todas esas circunstancias idóneas que no suelen hallarse muy seguido, se habían perdido, o, en todo caso, nunca fueron aprovechadas.

Entre frustrado, molesto y decepcionado fui probando hasta descubrir exactamente cómo filmar. El manejo era más simple de lo que parecía, pero aún así había que hacer esa experimentación previa para realmente entenderlo. Al parecer con la emoción de salir cuanto antes y grabar de inmediato no me dio tiempo de aprender a usar la cámara, aunque esto ya lo sabía mientras pedaleaba pero me decía a mí mismo que no podía ser muy complicado. 

Con esta experiencia como enseñanza, planeo repetir el pequeño paseo en dos días y ver cómo resultan las cosas entonces. Si todo va bien (ahora sí no encuentro razón para pensar de forma contraria) comenzaré a poner uno que otro video aquí.

miércoles, 24 de marzo de 2010

El "sueño" se hace realidad



Don't turn on the lights until we

Hear the way it ends

--Peruvian skies, de Dream Theater



Un poco más de dos años atrás me decía que Sonata Arctica, uno de mis grupos favoritos de metal, difícilmente vendría a tocar a Perú. Poco después de pensar esto me llevaba la grata sorpresa de que me equivocaba, y pronto compraba mi entrada para el concierto que ofrecieron en el 2008 aquí en Lima. Con el tiempo fui valorando otros grupos que escuchaba antes, y así fue como Dream Theater se coronó la banda que más gusta dentro de mis grupos favoritos. Y de igual manera creía que pasarían años hasta que se decidieran a tocar aquí, y nuevamente volví a ser feliz al equivocarme.


El lunes pude ir al concierto de una banda espectacular que lleva veinticinco años tocando música, influenciando a muchísimos artistas del género y, desde una perspectiva personal, inspirándome constantemente. Si bien llevo escuchándolos solo seis años, y aunque no he llegado al punto de aprenderme la vida de cada uno de los integrantes, fue un honor poder estar frente al escenario cantando, gritando, saltando y empujándome con docenas de fanáticos.

Las rodillas todavía me duelen, tengo la columna hecha un desastre y he tenido que dejar de montar bicicleta los últimos días a causa del cansancio. Pero si existiese la más mínima posibilidad de que toquen de nuevo esta misma noche, olvidaría todo dolor corporal y estaría nuevamente en la primera fila como un loco emocionado. No sé cuándo volverán, o si lo harán, pero tengo por seguro estar presente si sucede de nuevo.


viernes, 19 de marzo de 2010

A "seis" del mundo

Under the spotlight


I feel our world becoming one


Around me I feel


Everything we are everything we see
I'll take a part of you
You take a part of me



--One, de Fates Warning


Hablando con Takashi me enteré de un término, y todo una teoría detrás de él, bastante interesante: los seis grados de separación.

Cada uno de nosotros cuenta con una red social (no solo las de Internet, sino también en el mundo real), la cual consta de personas con las que se tiene una relación en particular (familiar, amical, de pareja, laboral, etc.), y cada una de estas personas tiene una red social propia, lo que genera una serie de conexiones. Creo que es más fácil explicarlo con un ejemplo. La forma en la que surgió este tema con Takashi fue al notar que ambos tenemos amigas en común que son amigas entre ellas. Es decir, yo conozco a alguien que es amiga de alguien que conoce Takashi. Así descubrimos una conexión, la base de toda la teoría.

Lo que la teoría postula, dicho de manera bien resumida, es que estamos a seis grados de separación de cada persona en el mundo, como si todos estuviésemos conectados. El mejor ejemplo que se me ocurre es el que me dio Takashi: él jugó tenis con una persona que ha jugado contra Roger Federer, así que yo estaría a tres grados de separación de Federer si alguna vez jugara tenis con Takashi (aunque simplemente por conocer a este último ya podría decirse que estoy conectado a aquél).

Hay una forma bien interesante de probar esta teoría. Si se tiene una cuenta de Facebook, podemos entrar al perfil de un amigo nuestro y acceder a su lista de amigos. De esa lista elegimos a uno que nosotros no tengamos en la nuestra y así vamos haciendo sucesivamente hasta ver a dónde llegamos. Lo más seguro es que pasemos los seis grados de separación, puesto que no es posible ver quién conoce a quién. Hi5 tenía un sistema automático que medía estos grados y que solo te permitía ver los perfiles de ciertas personas llegado hasta cierto grado, pero no sé si seguirá existiendo dicho sistema.

Aunque es solo una teoría, y por lo tanto no se ha comprobado aún, no me parece una idea demasiado jalada de los pelos. Gracias a la globalización se puede decir que estamos más y más conectados, así que yo diría que no es muy improbable que el familiar del esposo de la compañera de trabajo de un amigo mío conozca al presidente de China. O algo así.


miércoles, 17 de marzo de 2010

Un rancho sin vacas

Play, play the game tonight
Can you tell me if it's wrong or right
Is it worth the time, is it worth the price


--Play the game tonight, de Kansas


Hace unos días pasé por el restaurante El Rancho (o lo que queda de él) y me dio una nostalgia enorme.

Recuerdo haber ido a ese lugar cientos de veces cuando era chico, aunque el principal atractivo para mí siempre fueron los juegos, los saltarines, el tren, el carrusel y otros tantos. Ya más grande fui apreciando el sabor del pollo, y fue en este restaurante que aprendí a comer ensalada con gusto y no por obligación. Siempre me gustó ver cómo cocinaban los pollos en esos enormes hornos, donde daban vueltas una y otra vez, pero lo que más me encantaba y de donde rescato más recuerdos era la parte trasera, donde se celebraban los cumpleaños.

Había cabañas con diferentes temáticas, y la que tenía por favorita era el castillo. Lamentablemente nunca pude celebrar ni mi cumpleaños ni el de ninguno de mis amigos en él, pero sí me acuerdo de una oportunidad en la que un grupo y yo nos colamos en la fiesta de un desconocido que se celebraba allí. Probablemente fue uno de mis más grandes logros de chico. También había juegos diferentes en esa zona, y, a pesar de no entender por qué, tenía la sensación de que uno no podía entrar a ese lugar a menos que fuese invitado. Tal vez por eso lo encontraba tan especial.

Ahora no queda nada de eso, solo algunas rejas, los baños cochinos de la entrada y montículos de desmonte. Me pregunto adónde habrán ido a parar todos los gatos que se paseaban por la zona, o cuántas personas extrañamos los juegos y la comida del lugar. O, especialmente, si el vender ese terreno para construir casas realmente valió la pena. Los recuerdos me empujan a pensar que no.

lunes, 15 de marzo de 2010

El segundo primer día de clases


What if it were true
That you weren't so blue
And you felt like you
Could just do anything, yeah


--The other side of things, de 311


El primer día de clases en la universidad cuatro años atrás me sentí emocionado de haber dejado el colegio y acercarme un poco más al mundo de los adultos; un poco desorientado con las nuevas reglas, hábitos y responsabilidades que debía aprender y a las que tendría que adecuarme; y hasta asustado por el gran cambio que suponía estudiar en un lugar tan grande, tan diferente y tan lleno de gente. Hoy, después de haber dejado un año de estudios, no me siento exactamente como un cachimbo, pero sí bastante fuera de lugar.

Sí podría considerarme emocionado, aunque esta vez por regresar a un lugar en donde tengo muchos amigos y donde me siento especialmente independiente. Desorientado tal vez solo un poco por los ligeros cambios que se han hecho dentro de la universidad, pero el resto me resulta muy familiar. Lo que más puedo resaltar, y que va de la mano con esa sensación de no pertenecer, es el miedo que siento a lo que vendrá a continuación. Estoy de regreso, más seguro de mis decisiones y de lo que quiero para mi futuro, ¿pero no era así como me sentía cuando ingresé años atrás?

Fue, después de todo, la rutina la gota que rebalsó el agua del vaso y que terminó por hacerme dudar de mi carrera y de todo lo que ello implicaba. Regresar a los estudios implica volver a una rutina, pero si he sido capaz de resolver el resto de cosas que llenó el vaso en un principio, aquélla no tendría que ser mayor obstáculo.

Por el momento me estoy tomando las cosas con calma, llevo solo tres cursos de Psicología y uno de Fotografía como alumno libre, lo que me garantiza suficiente tiempo para organizarme y no caer presa de mi muy temido némesis, la presión. Además de eso, he encontrado una rama de mi carrera que está creando un interés bastante fuerte en mí y que está llevándome a investigar cada vez más sobre ella: la Psicología del arte. Es un tema muy acorde a mí en el que creo que ahondaré en el futuro, quizás hasta optando por él como posible especialidad, todo depende de la información que logre recoger.

Este primer día me ha servido para observar qué me espera, una mirada amplia y sostenida del paisaje y del camino que he de recorrer los siguientes cuatro meses y, posteriormente, los próximos cuatro años que me quedan de estudios. No podría hacer una predicción de cómo me irá, pero sí puedo esperar un mejor desempeño gracias a los ánimos y a la motivación que he ido recolectando los últimos meses. No sin dificultades, estoy seguro.


sábado, 13 de marzo de 2010

Como mirando


--Sequence II: The lonely view of condors, de Sieges Even

Now... where was I? -- Memento (2000)


Como lo prometí, hace unos días regresé a la urbanización Las Casuarinas para tomar algunas fotos del espectacular paisaje (imagen del post). Tuve que hacer tomas rápidas para no tener problemas con los propietarios o con la guardianía, pero creo que en general salieron bastante bien. A diferencia de la última vez que fui, en esta hubo menos neblina por la zona de la costa, aunque aún así no logré ver el mar, por ello decidí tomar fotos de otras vistas. Quizás tenga más suerte en una siguiente oportunidad.

Con este pequeño paseo acaba de nacer una idea. Recuerdo haber bicicleteado por esa zona antes, hace muchos años, y el pasar por algunas calles familiares me genera una sensación de nostalgia que no podría llamar negativa, sino casi satisfaciente. Luego de esta salida comencé a recordar lugares particulares a los que he ido de chico y que no he vuelto a visitar, no necesariamente en bicicleta sino de manera general. La verdad es que no estoy completamente seguro de que todos existan, pues temo que el olvido, mi imaginación y lo que he soñado a través de los años se hayan mezclado de tal manera que haya creado lugares a los que en realidad nunca he ido.

Mi propósito es volver a estos lugares (a los reales), en la medida de lo posible con mi bicicleta, y tomar fotos de ellos. Será casi como capturar la esencia de mis recuerdos. Siempre y cuando pueda encontrarlos y llegar a ellos.


miércoles, 10 de marzo de 2010

Análisis al paso


Some people get by
With a little understanding
Some people get by
With a whole lot more

--More, de Shaman



E: Tu caso es típico: me cuentas sobre estas extrañas aventuras porque necesitas que alguien más lo sepa, de esa manera sientes un alza en tu autoestima una vez que tus acciones son aceptadas, todo ello siempre y cuando yo reaccione de forma positiva y dé cuenta de algún tipo de admiración hacia lo que has hecho. Si, por el contrario, reacciono negativamente entonces defenderás tus actos como si no te importase lo que piense yo o cualquier otra persona, lo cual contradice el acto inicial de contarme sobre tus acciones.


En un tercer caso, de responderte con indiferencia, tomarás una postura semi-agresiva y procederás a llamarme "lento" o "aburrido", como si yo mismo no tuviese aventuras propias o como si no hubiese "vivido" tanto como tú. Indistintamente de que sea o no cierto que hiciste tales cosas, necesitas la aceptación de otros para poder sentirte bien o para saber que lo hecho es correcto y digno de ser repetido. No digo que esto esté mal, pero es evidencia de baja autoestima o de inseguridad.

F: ¿Me estás llamando mentiroso?


lunes, 8 de marzo de 2010

Sin valor aparente


You could've been
Caught up in
All those empty odds

--Alien angel, de 3



"¿Cómo algo puede ser nada?"


Mientras jugaba un juego de computadora me crucé con una frase que finalmente hizo que dejara lo que estaba haciendo y me pusiera a investigar sobre el número 0 (cero). No estoy completamente seguro, pero tengo entendido que ése número no se creó a la par que el resto, sino que fue utilizado muchos años después, luego de mucho debate al respecto. Incluso los griegos se preguntaban si el cero podía considerarse un número, y con ello iba la pregunta da inicio a este post.

En realidad no me propuse responder aquella pregunta cuando la escribí aquí, sino usarla para resaltar lo que tanto llamó mi atención. Puede que el cero no tenga valor cuando nos referimos a él como número, pero con tan solo pensar y recordar todas las veces que lo he usado entiendo que su importancia no es la misma que su valor. ¿Cómo serían y cómo se resolverían las ecuaciones matemáticas sin el cero?

Todo esto me hace ver que incluso lo que podría tomarse como insignificante en determinado sentido puede tener un carácter definitivo en otro, que aquello en apariencia sin valor puede ser igual o más importante que muchas otras cosas. Entonces, si le doy un pequeño giro a la pregunta inicial, podría preguntar lo siguiente: ¿Puede algo no ser nada?


sábado, 6 de marzo de 2010

Veni, vidi, vici (tercera parte)


Face to face, out in the heat
Hangin' tough, stayin' hungry
They stack the odds
Still we take to the street
For the kill with the skill to survive

--Eye of the tiger, de Survivor



Una vez en la carretera Panamericana el recorrido sería mayormente plano con algunas subidas ligeramente inclinadas, nada demasiado difícil para ciclistas que comienzan su trayecto en ese momento y que no llevan cuarenta kilómetros encima. No solo estábamos cansados y hambrientos, sino que la distancia que nos separaba de nuestra meta era suficientemente grande como para hacernos flaquear.


No nos demoró mucho llegar al restaurante que Charlie tanto ansiaba encontrar, donde comimos un pan con chicharrón que nos devolvió parte de las fuerzas que nos faltaban. Ya en Lima Charlie confesaría que durante ese almuerzo estuvo a punto de darse por vencido y dar como idea tomar un taxi que nos regresase y nos evitase otras dos horas de bicicleteo, pero no lo hizo debido a lo que dije antes de salir ese día, que en lo posible no tomáramos uno a menos que fuese absolutamente necesario, sólo si viésemos que no podíamos con el reto. El delicioso almuerzo se añadió con todo el resto de factores adversos y casi nos hizo rendirnos, pero me alegra no haberlo hecho.

Tal y como lo intuíamos, lo que restó del viaje fue una ardua prueba de resistencia. Con cada pedaleo junto a la carretera nuestra energía iba disminuyendo demasiado rápido, las extensas pendientes y el temperamental calor se añadían como contrincantes contra los que debíamos enfrentarnos kilómetro tras kilómetro, y las recurrentes paradas de descanso o para comprar agua no parecían suficientes para calmar el sentimiento de intranquilidad. Realmente fue un reto enorme, el seguir a pesar de tener tantas razones de detenernos y tomar la vía fácil, subir a un carro y restar importancia al resto del trayecto. Pero conseguimos cumplir con lo propuesto, y llegamos a mi casa con los músculos destrozados pero con ánimos revitalizados. Nada hubiese sido mejor que entrar y tomar una ducha helada, pero al menos algo malo debía suceder después de un viaje prácticamente libre de problemas y dificultades: nunca llevé las llaves de la casa y no había nadie en ella que pudiese abrir la puerta. Así que el paseo terminó una hora y media después de que hubimos llegado y esperado en la calle hasta que llegara mi abuela con su propio juego de llaves.

No era precisamente mi sueño tener esta aventura, pero sí es en definitiva un primer gran paso hacia el cumplimiento de ese gran sueño que tengo. Con esta gigantesca meta cumplida, no solo siento que he conseguido probarme a mí mismo que soy capaz terminar lo que empiezo y probarle a mi familia que el montar bicicleta no es un mero pasatiempo y sí una verdadera pasión, sino también que ahora sé que soy capaz de hacer cualquier cosa que me proponga, grande o pequeña, vana o especial. Es extraño decir algo como esto último, pero a veces puedo dudar mucho de mí mismo y de mis capacidades. Sin embargo, como dije en uno de los primeros posts de este año, nadie más que yo mismo puede decirme lo que soy o no capaz de hacer. Y ahora no tengo más dudas.

Vini. Vidi. Vici!

jueves, 4 de marzo de 2010

Veni, vidi, vici (segunda parte)


I would stand in line for this
There's always room in life for this

--Extreme ways, de Moby


Llegamos al hotel después de dos horas y media de pedaleo, exhaustos y hambrientos. Aproveché en almorzar algo sustancioso dado que había tomado un desayuno ligero aquella mañana, y caí dormido minutos después. El resto de la tarde tratamos de disfrutar del hotel, que no era realmente lo que habíamos esperado. La piscina no era tan grande como la foto que muestran de ella en su página web, el espacio dedicado a áreas verdes es igual de decepcionante y el trato no fue tan amigable como hubiese esperado, pero por lo que pagamos fue suficientemente satisfactorio.

Al igual que la noche anterior, repasamos los planos y los cálculos de distancia y tiempos que tomaría llegar a Lurín, Pachacamac y, finalmente Lima. Nos tomaría cerca de tres horas y media recorrer cuarenta y cinco kilómetros en total, un poco más del doble de lo que habíamos hecho el primer día, si bien de bajada la primera mitad, de subida la segunda. La sensación de satisfacción de haber llegado a Cieneguilla después de un arduo pedaleo era ensombrecida por el nerviosismo de lo que vendría después, la parte más extensa y trabajosa del viaje, una prueba de fuerza de voluntad y resistencia física antes que un recorrido de ocio.

El día siguiente salimos del hotel casi sin querer hacerlo, sabiendo lo que tendríamos que pasar ese día. Pero una vez que llegamos al óvalo, nuestro punto de partida hacia Lurín, decidimos repetir la bajada que nos llevó a Cieneguilla. Por (razonable) flojera metimos las bicicletas en un taxi y nos llevaron hasta la cima en lugar de pedalear los cinco kilómetros cuesta arriba. Para mi gran suerte, al sacarlas del maletero, golpeé un extinguidor de fuego y terminé bañado en polvo químico que, felizmente, no causó mayor problema que ensuciarme y a mi bicicleta. La experiencia de bajar la pendiente fue tan increíble como el día anterior, y para añadirle emoción y preservarla para siempre (o tanto tiempo como sea posible) montamos mi cámara fotográfica en el timón de Charlie, la pusimos en modalidad de videocámara y grabamos toda la bajada.

Como esperábamos, la primera parte del trayecto de ese segundo día fue relativamente fácil y amena. No había un camino asfaltado, sino que era una zona rural con vías de tierra y piedras bordeada por cerros, un río y mucha vegetación. Fue divertido pedalear por un territorio desconocido y a la vez muy tranquilo, un excelente cambio a mis usuales rutas plagadas por el tránsito y el ruido vehicular. Esperaba tener inconvenientes más cercanos al tipo "canino", algo así como ser perseguidos por perros, pero, a pesar de cruzarnos con muchos que nos miraban con cara de pocos amigos (que siempre, misteriosamente, se encontraban en pequeñas subidas donde inevitablemente íbamos más lento y éramos presas más fáciles) y de pasar una parte especialmente peculiar donde fueron apareciendo perros uno tras otro, no sucedió nada malo.

Cuando pasamos Lurín y estuvimos en Pachacamac creímos habernos perdido, pues habíamos seguido una ruta recta por varios kilómetros y no nos ubicábamos en el mapa que teníamos. Felizmente esta sensación duró poco, pues pronto supimos dónde estábamos. Entramos a la antigua Panamericana Sur, cortamos camino por una trocha cubierta por cultivos (donde por fin tuvimos nuestro primer y corto encuentro cercano con un grupo de perros agresivos) y llegamos a la parte que habíamos estado temiendo desde el comienzo, la carretera en sí.

martes, 2 de marzo de 2010

Veni, vidi, vici (primera parte)


To live a better day is our final aim
And we won't stop tryin'

--Start running, de Gamma Ray


Luego de pensarlo muchísimo, creo que no hay una sola palabra que pueda describir en su totalidad la mezcla entre la enorme cantidad de pensamientos que cruzaron mi cabeza y la gigantesca gama de emociones, sentimientos y/o sensaciones que experimenté antes, durante y después de realizar el viaje más importante de mi vida. Si tuviese que arriesgarme a elegir una, diría que "¡INCREIBLE!" (en negrita y con signos de exclamación) se queda corta. Una descripción de lo acontecido sería igualmente imprecisa, pues no podría capturar la magnitud de una experiencia semejante, pero no por ello dejaré de hacerlo.

El viernes por la noche llegó Charlie a mi casa, el segundo y último miembro del grupo con el que haríamos el paseo a Cieneguilla. Después de semanas de convocatorias logramos conseguir otros cinco aventureros dispuestos a acompañarnos, pero con la fecha cada vez más cerca, los voluntarios fueron siendo cada vez menos hasta no haber nadie más que nosotros dos. Hicimos los últimos planes, empacamos las provisiones necesarias y esperamos el día siguiente, y a las nueve de la mañana ya estábamos en camino.

La primera etapa, la subida hasta La Molina, fue relativamente simple y familiar, ya que había recorrido esa ruta varias veces antes a modo de entrenamiento, así que sirvió como calentamiento y para idear maneras de comunicarnos con señales y con los silbatos que ambos llevábamos colgados del cuello. Una vez que pasamos esa zona y La Planicie y estuvimos en El Sol de la Molina, comencé a notar la excesiva presencia del sol. Muchos amigos habían dejado pasar la oportunidad de acompañarnos debido al insoportable calor, que sin duda se agregó como dificultad en el viaje. Todo el resto de la subida tuvimos que hacer constantes paradas debido al cansancio y a la temperatura, pero conseguimos llegar a la cima con los ánimos en alto y las botellas de agua necesarias.

La entrada a Cieneguilla desde El Sol de la Molina es famosa por su pendiente y camino sinuoso bordeado en un inicio por riscos, una bajada de aproximadamente cinco kilómetros que hicimos en ocho minutos a una velocidad promedio de treinta y cinco kilómetros por hora; por lejos la mejor parte del paseo. Todo el sufrimiento que pasamos subiendo desde Surco hasta esta entrada fue recompensado con creces. Puedo decir sin una pizca de inseguridad que es la mejor pendiente que he bajado en mi vida, aunque admito no ser un experto en pendientes. Reparando en los riesgos y tomando todas las medidas de seguridad en cuenta, nos lanzamos cuesta abajo.

Las curvas cerradas añadían emoción a la ya excitante bajada, pues no había forma de saber si un carro venía en dirección contraria hasta llegar a la curva en sí, momento en el que había que reducir la velocidad (solo un poquito) o entrar en el camino de tierra y restar diversión a la aventura. El viento en la cara, las llantas girando una y otra vez sobre el asfalto, los carros zumbando a mi costado y la sensación de chocar en cualquier momento contra lo que sea fueron elementos que, sumados, contribuyeron a hacer de esta experiencia algo único y magnífico. Una vez que estuvimos en la base, en el óvalo de Cieneguilla, no podíamos dejar de comentar lo asombroso que había sido y decidimos sin titubear que volveríamos a bajar aquella pendiente al menos una vez más antes de irnos.


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