miércoles, 17 de marzo de 2010

Un rancho sin vacas

Play, play the game tonight
Can you tell me if it's wrong or right
Is it worth the time, is it worth the price


--Play the game tonight, de Kansas


Hace unos días pasé por el restaurante El Rancho (o lo que queda de él) y me dio una nostalgia enorme.

Recuerdo haber ido a ese lugar cientos de veces cuando era chico, aunque el principal atractivo para mí siempre fueron los juegos, los saltarines, el tren, el carrusel y otros tantos. Ya más grande fui apreciando el sabor del pollo, y fue en este restaurante que aprendí a comer ensalada con gusto y no por obligación. Siempre me gustó ver cómo cocinaban los pollos en esos enormes hornos, donde daban vueltas una y otra vez, pero lo que más me encantaba y de donde rescato más recuerdos era la parte trasera, donde se celebraban los cumpleaños.

Había cabañas con diferentes temáticas, y la que tenía por favorita era el castillo. Lamentablemente nunca pude celebrar ni mi cumpleaños ni el de ninguno de mis amigos en él, pero sí me acuerdo de una oportunidad en la que un grupo y yo nos colamos en la fiesta de un desconocido que se celebraba allí. Probablemente fue uno de mis más grandes logros de chico. También había juegos diferentes en esa zona, y, a pesar de no entender por qué, tenía la sensación de que uno no podía entrar a ese lugar a menos que fuese invitado. Tal vez por eso lo encontraba tan especial.

Ahora no queda nada de eso, solo algunas rejas, los baños cochinos de la entrada y montículos de desmonte. Me pregunto adónde habrán ido a parar todos los gatos que se paseaban por la zona, o cuántas personas extrañamos los juegos y la comida del lugar. O, especialmente, si el vender ese terreno para construir casas realmente valió la pena. Los recuerdos me empujan a pensar que no.

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