sábado, 23 de octubre de 2010

Donde en paz descansa el alma


I understand about indecision
But I don't care if I get behind

--Peace of mind, de Boston


Hace unos días almorcé con mi primo Daniel, a quien veo muy de vez en cuando y con quien comparto muchos recuerdos y experiencias. Ese día mencionó un hecho en particular que me hizo volver muchos años atrás, cuando tenía alrededor de ocho o nueve años.

Recuerdo que una de las cosas que nos encantaba hacer cuando iba a su casa era armar lo que llamábamos "carpas", pequeños fuertes que construíamos con lo que encontrábamos a la mano, como mesas, sillas, alfombras, sábanas, juguetes y hasta una estructura con columpios y un tobogán que solía tener. La idea de estas carpas no era utilizarlas para jugar a algo en particular, sino el solo hecho de armarlas era el motivo de diversión, lo cual ahora me causa mucha curiosidad, considerando el enorme potencial de análisis psicológico que hay en esta actividad.

Pero no me detuve con esta serie de recuerdos en particular, sino que pasé a pensar en cada momento de mi vida en el que llevé a cabo actos similares, y fue así como llegué a un episodio en particular en el que debía tener alrededor de cuatro o cinco años de edad, probablemente la primera vez que hice un fuerte y que probó ser de utilidad. Recuerdo que llegué del nido y mi papá me presentó a la pequeña hija de unos amigos suyos que habían ido a la casa, e inmediatamente después de saludarla (con renuencia) salí corriendo de ahí para no tener que jugar con ella. Me escabullí por pasadizos y cuartos, me escondí debajo de mesas y cortinas, todo el tiempo perseguido por la persistente niña, hasta que conseguí llegar al patio, donde tenía armado el fuerte, un espacio pequeñísimo (acorde a mi estatura) al que entré y donde permanecí inmóvil esperando pasar desapercibido. Y efectivamente sucedió así, la niña ni me vio y volvió con sus papás. De todas formas tuve que jugar con ella después (y hasta recuerdo que me sentí un poco triste cuando tuvo que irse), pero el escondite cumplió su cometido.

Le he dado muchas vueltas al asunto, tomando en cuenta que la anécdota anterior es solo una de las muchas en las que usé algún tipo de refugio, ya fuese para escapar de algo, para sentirme seguro o para recolectar mis ideas y darme un tiempo para pensar. Quizás en la actualidad ya no construya lugares físicos en los cuales encuentro cobijo y protección, pero sé que sí creo espacios mentales en los que puedo detenerme, sopesar la situación y actuar de manera adecuada. Además, como ya había mencionado en otro post, utilizo otra clase estrategias para sobrellevar el estrés y la presión del día a día. Es curioso cómo una pequeña experiencia del pasado puede tener repercusiones tan fuertes en el resto de la vida.

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