jueves, 12 de febrero de 2009

Sin condiciones


Qué duro es el golpe de la discriminación, y lo digo ahora que lo he recibido solo como un roce, apenas un ligero pasar de una pluma que pulverizó mis piernas y me dejó indefenso en los suelos, lugar donde las palabras cavaron mi tumba y las miradas terminaron por matarme. Exagero un poco con todo esto, pero realmente me dolió ser discriminado, primera vez desde que estoy aquí (o primera vez que me percato de ello), y en un lugar en donde me sentía en la suficiente confianza como para no tener ningún tipo de defensa a la mano.

Fui al banco como lo hago cada dos semanas para cobrar mis pagos y, antes de ser atendido, una de las mujeres en el mostrador me miró, suspiró e hizo un gesto de impaciencia con un ligero toque de exasperación. Acto seguido se dirigió a una de las otras mujeres y dijo "quieres atender a este". Como vio que me acerqué a ella, se resignó a atenderme ella misma. Ya desde ese momento había notado la poca cordialidad de sus palabras y lenguaje no verbal, y fue por eso que fui hacia ella y no hacia otra persona, un tanto por propio masoquismo y otro tanto por defenderme y no ser pisado por su aparente intolerancia. 

Creí que teniéndome al frente dejaría de mostrarse impaciente, pero mientras me atendía volvió a hablarle a una de sus compañeras y dijo lo siguiente: "Siempre que vienen estas personas es un problema, con sus apellidos y todo. ¿Sabes a lo que me refiero?". Esto último fue lo que realmente me molestó, no tanto por el comentario, sino porque tuvo el descaro de decirlo estando yo adelante, y por el simple hecho de haberlo dicho. La frustración de las semanas pasadas no estuvo presente esta vez, y por fortuna, pues no hubiese querido decir nada en mi defensa que luego pudiese invalidarme la entrada al lugar en donde recibo la paga por mi trabajo.

¿Debí haberme defendido? Una parte de mí dice que sí, que al menos debía haber mencionado algo, pero admito que no se me ocurría qué decir. La otra parte ríe y comenta que me encontraré con otras personas como la de hoy, y que lo mejor es dejar que estas cosas me reboten si no quiero vivir la vida con rencor sobre mi espalda. Lo mejor, combinando un poco de ambas, es dejar pasar estas cosas, pero defenderme si la discriminación se eleva a magnitudes más grandes o más dolorosas que el roce de una pluma.

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