domingo, 1 de febrero de 2009

Voluntad inquebrantable quebrada


K: Te tengo miedo, ¿sabes?
L: Podía intuirlo y hasta verlo en tus ojos, pero no estaba completamente seguro. ¿Puedo preguntarte por qué?
K: Lo sabes bien.
L: Sólo lo imagino. ¿Será porque comienzo a serte un extraño? ¿O tal vez porque ya no sabes si confiar en mí es seguro?
K: Sabes que es así.
L: ¿Cuánta distancia puede haberse creado entre nosotros como para que ideas como estas surjan en tu cabeza?
K: La suficiente. Sabías que sucedería, sabías que algo como esto ocurriría tarde o temprano, más para mal que para bien.
L: Y no hiciste nada para detenerme…
K: ¡He hecho lo imposible! ¡Pero de nada sirve si tú no pones de tu parte! ¿Cómo esperas que vayamos en una dirección particular cuando tú empujas en sentido contrario y con mayor determinación que yo?
L: ¿Y de esto surge tu miedo hacia mí?
K: De eso y de saber que ya no cuento con tu ayuda.
L: No niego haber sabido que este momento llegaría ni desmiento haber dejado que las cosas se dieran de esta manera a pesar de tus débiles intentos por prevenir, y más tarde revertir, lo inevitable.
K: Entonces realmente te has rendido.
L: No se trata de rendición, sino de iluminación; ahora que conozco y vivo en la verdad puedo mostrártela y hacerte entender que es mejor que luchar contra ella.
K: Te desconozco, y el desconfiar de ti me causa temor, pero ten por seguro que no descansaré mientras tenga las fuerzas; no me rendiré.
L: Todos caen tarde o temprano. Y tú no serás la excepción.
K: ¿También lo intuyes?
L: No. Eso te lo aseguro.

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