martes, 25 de agosto de 2009

De frente y de cara


Falling down
Now my world is upside-down, yeah
I'm heading straight for the clouds

--Falling down, de Muse



Hoy estuve pensando en todos los accidentes que tuve de chico, miles de caídas, cientas de travesuras frustradas y una que otra situación bastante seria.


Mi primer y más serio encuentro con el dolor fue a los dos años, un evento que considero que define muchísimo mi vida, especialmente porque lo considero como el día en que salí triunfador del primer encuentro que tuve con la muerte. Recuerdo haber estado saltando en la cama de mi papá (que no era especialmente buena para eso y además era bastante alta) y luego todo se torna borroso. Como no había nadie conmigo en ese momento, solo tengo teorías de lo que sucedió después. Por ahí dicen que salté de la cama y mi cabeza fue a dar contra un clavo en el suelo, o también que había una ventana rota y salté hacia ese lugar. Pero la más probable y con más sentido es que, efectivamente, salté de la cama, choqué con la pared y di a parar al suelo. Hasta hoy conservo la cicatriz que adorna la mitad de mi frente y que es recordatorio de que alguna vez pude haber muerto, pero que por esos misterios de la vida (y, sin quitarle crédito, al doctor que me atendió) sigo aquí.

Después de esa caída vinieron muchísimas más. Por alguna razón nunca tuve muy buenos reflejos cuando era pequeño, y tengo entendido que mis talones eran delgados y mi cabeza bastante pesada, por lo que tendía a tropezarme muy a menudo y no ponía las manos a tiempo para evitar golpearme la cabeza. Hoy me río, pero sé que en ese entonces debo haber llorado hasta por gusto.

La segunda gran caída que tuve fue en el nido, y me ayuda a entender que de chico tenía demasiada mala suerte, que solía recibir lo peor de cada circunstancia, como si los planetas se alinearan de tal manera que algo me saliese mal, muy mal. En el nido siempre veía que las mamás de algunos de mis amigos les llevaban el almuerzo a la hora de salida, pero yo siempre me iba y comía en mi casa. Un día le pedí a mi abuela que las cosas cambiaron y ella aceptó en llevarme la comida. Al día siguiente, como se estaba demorando en recogerme debido a que preparaba el almuerzo, me quedé esperando con mis amigos mientras jugábamos a "sigan al líder" o una variante parecida. Ese día yo era el líder, y se me ocurrió comenzar a subir los toboganes de los juegos por la parte contraria en lugar de usar las escaleras. Subí el primero sin problemas, al igual que el segundo, pero en el tercero, el más grande, sucedió lo peor. Cuando estaba ya llegando a la cima, mi entonces mejor amigo justo se lanzó por el tobogán, chocó conmigo y prácticamente me botó del juego por uno de los lados, así que me fui de cara al suelo de cemento. No sé si fue una caída cercana a lo mortal, pero me alegra seguir vivo, aunque el pequeño y casi imperceptible bulto en mi frente sigue recordándome ese terrible día.

A pesar de todos los accidentes que pueda haber tenido, hay algo que compruebo y que creo ya haber mencionado en este blog. Mi suerte ha cambiado. Hoy puedo tener accidentes, hacerme heridas o cosas parecidas pero nunca nada realmente malo me sucede. A veces puedo ser un poco temerario en lo que se refiere a la bicicleta y a transitar con ella las pistas limeñas, que no son conocidas por su seguridad, y aún así no he sufrido ningún choque, ni siquiera cuando se rompió mi timón en plena avenida. Eso en relación a lo físico. Con respecto a lo emocional es otra historia, pero creo que me va bastante bien a pesar de las circunstancias. No me considero indestructible ni nada parecido (evidentemente), pero sí creo que mi buena suerte se debe a algo, quizás en compensación a los tantos golpes que tuve en mi niñez, o tal vez por alguna otra razón un tanto más misteriosa. Cualquiera sea el motivo, me alegra saber que mi cabeza está (casi) intacta, y que seguramente seguirá así por un buen tiempo.

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