miércoles, 8 de abril de 2009

Cayendo sin caer



What if the rest of the world
Was hopelessly drowning in vain?
Where would our self pity run?
Suddenly everyone cares

--Scarred, de Dream Theater


La semana pasada tuve lo que podría llamarse un "ponerse al día", pues tuve una serie de accidentes que han dejado marcas por encima y por debajo de mi piel, lo cual aún me dificulta un poco escribir.

Hace un mes y medio me caí de la bicicleta después de no haberme caído en muchísimo tiempo, y creí que solo era porque necesitaba acostumbrarme nuevamente a los truquillos que el bicicletear demanda. Hasta la semana pasada, que comencé a caer sin aviso previo ni nada que me detuviese, y por más que culpe a los nuevos pedales, sé que se trata de mí mismo, estados de ánimo que me llevan a cometer errores de cálculo que terminan por hacer caer, y no solo de la bicicleta.

Tengo una pequeña gran herida en el codo que no quiere sanar, y es comprensible, pues he caído sobre ella en cada accidente. El segundo más fuerte sucedió mientras subía una pendiente, o, en todo caso, mientras terminaba de descansar luego de subir parte de esa pendiente. Subí a la bicicleta, enganché un pie al pedal y me incorporé con el deseo de utilizar mi peso corporal para darme el impulso necesario para subir el otro pie y continuar la subida, pero la fuerza de este impulso fue menos que favorable y me caí hacia el lado en el que tenía el pie enganchado, por lo que no pude evitar que la bicicleta cayera sobre mi pierna, y al intentar evitar que el resto de mi cuerpo siguiera el mismo vertiginoso recorrido hasta la pista parece que mi codo quiso hacerse el héroe y se interpuso entre el suelo y yo. Más fue la verguenza que el dolor; una camioneta llena de niños pasaba a mi lado, y todavía escucho sus risas burlonas.

El peor accidente sucedió dos días atrás, y a pesar de haberme frustrado muchísimo, hoy río al recordar lo sucedido y las razones de ello. Imagino que como muchos, tengo un pequeño defecto, y consiste en que suele nacer en mí la casi necesidad de impresionar a las personas haciendo cosas que sé que hago bien o que pueden salirme bien, y cuando digo 'personas' me refiero específicamente a chicas. A veces funciona, y a veces, como esta, la situación puede resultar a la inversa.

Era de noche, una de las peores condiciones para los ciclistas (diría que la lluvia o la nieve son aun peor), y me sentía bastante aventurero, con mi lucecita roja parpadeando debajo de mi asiento y una blanca sobre el manubrio para avisar a cualquier conductor (probablemente el enemigo mortal de cualquier bicicletero) o peatón distraído de mi presencia. Iba por una calle poco iluminada por la que no pasaban carros, y vi a un par de chicas más adelante, justo a unos metros de un sardinel que me encanta trepar, un sardinel cuyo extremo empieza con una gentil subida que prácticamente dice "ven, yo sé que quieres", pero que es muy sinuoso y estrecho, por lo que las veces que he montado encima de él he tenido que saltar de ahí inmediatamente para evitar desastrosas conclusiones. Mientras avanzaba a toda velocidad hacia su encuentro pensaba en que esta podía ser la oportunidad de mantener el equilibrio sobre el sardinel por unos segundos más, arriesgarme a mejorar mi récord de dos segundos y un poquito más, así que pasé al lado de las chicas y me levanté del asiento para calcular mejor la subida. 

Grande fue mi error al no atinar al sardinel y que mi llanta delantera cayera del lado del jardín mientras la otra chocaba contra aquel, pues al intentar levantar la primera con un saltito improvisado, perdí el equilibrio por completo y me cai hacia la izquierda, hacia la pista. Lo único que recuerdo después es el sonido de mis zapatillas al desengancharse de los pedales por la fuerza de mi caída y mi cuerpo dando hasta tres vueltas a lo largo del pavimento (así de rápido iba). Cuando me detuve (corrección, cuando la fricción ocasionada por el roce de mis brazos y piernas con el suelo me detuvo) me puse de pie como queriendo aparentar que me encontraba bien, recogí los pedazos de mi luz delantera, enderecé mi timón, arreglé la cadena suelta y agradecí que la calle estuviese oscura cuando las chicas pasaron a mi costado dado que no pudieron ver el furioso rubor en mis mejillas. Cuando estuvieron lejos de allí, así como la adrenalina en mi cuerpo, comencé a sentir el dolor en mi codo ya antes magullado, en el otro codo, en ambas rodillas, en las dos palmas de las manos y en lo que quedaba de mi dedo pulgar (una dieciseisava parte de este fue quemada y, en última instancia, arrancada de él, lo cual no es mucho, pero el huequito que queda sigue haciéndome sentir mal). Felizmente, el casco protegió mi cabeza, que solo me hizo tambalear unas cuantas veces en el camino de regreso.

Estos accidentes me hicieron pensar en algunas cosas. Primero, que tengo suerte hasta por gusto. Segundo, que se mantiene el hecho de que pueden pasarme muchísimas cosas, pero nunca algo que pueda causarme un mal irremediable (hasta ahora no tengo ni un hueso roto en toda la historia de mi vida; espero que siga así). Tercero, todo este tiempo me he guiado por lo que creo que el destino pone en mi camino como señales (no estoy loco ni, repito, me golpeé la cabeza), así que si he estado siguiéndolo correctamente entonces me merecía todas las caídas, y si no es así, entonces las caídas justifican que he confundido rutas. Y, cuarto, y sin haber narrado las caídas metafóricas, sigo parado, sigo con ganas de seguir arriesgándome. Magullado, adolorido, tembloroso e intensamente golpeado, estoy aquí, esperando lo siguiente, sea lo que sea.


[No es su mejor canción, pero perfectamente apropiada]


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