No more sorrow, no more pain
And your presence keeps me sane
And your presence keeps me sane
-- Arrival of love, de Circus Maximus
La última hoja del árbol más grande de la planicie más lejana decidió caer hoy. Su caída duró veinticuatro horas con diez minutos, tiempo calculado con cronómetros altamente especializados y verificados por los científicos más aptos en este tipo de mediciones; fue un éxito. Yo me pregunto, ¿qué habrá pasado por la cabeza de esa hoja mientras llevaba a cabo su descenso?
Se me ocurre que pudo haberse sentido un tanto menos que el resto de hojas, pues era la última en caer y dar paso al invierno, pero al final entiendo que no pudo ser así, sino todo lo contrario. ¡Qué orgullo ser el último! No suena como algo envidiable, lo sé, pero a veces ser último puede ser una gran ventaja por sobre los demás, y creo que la hoja lo sabía de alguna manera.
Hay quienes dicen y piensan que los buenos acaban últimos, y que por ello consiguen lo peor o, en todo caso, no consiguen nada. Tal vez tengan razón en una que otra situación que hayan visto o experimentado, pero puedo asegurar que esta hoja no pensaba así, y su caída no le supuso aquello. Por el contrario, al ser última se tomó su tiempo para elegir, y eligió muy bien.
¿Qué habrá pasado por la cabeza de esa hoja mientras llevaba a cabo su descenso? Eso es algo que solo la hoja puede saber, y es mejor así. Y que el que quiera saber que la siga en su sabia decisión de arrojarse a la tierra en último lugar. En lo que a mí respecta, recibirá tanto como los demás e incluso más. Es cuestión de estrategia y un poquito de corazonada. Corazonada, más que nada.
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