miércoles, 2 de julio de 2008

El espejo invisible (tercera parte)


From the stars, she still whispers
Envied among all her sisters
Entwining the kingdom of infinity

-- Cassiopeia, de Dragonland

Tuvo lo que creyó ser una pesadilla o lo más cercano a eso, y qué manera de llamar al sueño en el que aparecieron todas las personas que alguna vez conoció. Tal vez fue la abrumadora presencia de tantas caras conocidas, tantos nombres adjuntos a ellas, tantas experiencias compartidas, tantas felicidades y desventuras. O quizás el hecho de que nadie se mostrase alegre de verla era lo que cargaba el ambiente de una tensión casi palpable con los puños entumecidos, con las frentes fruncidas. Pero podría asegurar que lo que le dolió más a la pequeña fue encontrarse con una amiga de antaño a quien no reconoció físicamente, pero que con tan solo verla supo de quien se trataba; una amiga que conocía poco más de cuatro años y que la sujetó por los macilentos brazos y la acorraló contra una pared mientras repetía la misma pregunta una y otra y otra maldita vez tan cerca de su rostro que podía sentir su húmeda respiración en las mejillas: “¿quién eres?”

La respuesta parecía estar en la punta de su lengua, como si quisiese dar un clavado mortal hacia el exterior, pero los labios no se abrían. No era una renuencia a pronunciar la respuesta, sino una completa falta de la misma, como si la supiera pero no pudiese recordarla. La otra chica la miraba ansiosa, le dirigía esa mirada fulminante rodeada de un hermoso y dañino verde, y repetía la pregunta ya no tanto para ella, sino para sí misma. ¿Quién eres? Y de pronto la soltaba, pero los brazitos se habían acostumbrado a la presión y seguían palpitando rojos de la vergüenza, rojos del miedo.

Cuando despertó, sobresaltada, sudorosa y hambrienta, corrió hacia el único ornamento que decoraba la habitación, su espejo invisible. Sin embargo, por más que lo intentó, no consiguió encontrar la escurridiza respuesta a la pregunta que aún revivía en su mente; miró fijamente al espejo y trató de verse a sí misma, pero solo vio sombras, imágenes borrosas y transitorias que se asemejaban a ella en ciertos rasgos de su personalidad, pero ahora comenzaba a dudar de que ella realmente actuara así, de que se viese así, de que sintiera así. Si no podía saber quién era, ¿cómo estaba tan segura de que esas imágenes eran ella? Y fue entonces cuando la respuesta la noqueó con tal fuerza que cayó al suelo sin poder poner resistencia alguna, y lo último que atinó a decir poco antes de perder la conciencia fue “Yo soy la que soy”. Y yo le creo.

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