I swear I'll stop these bullets in the air
I swear I won't walk away
My share’s to be a tougher man to scare
My share, right to the dawn of judgement day
I know, it’s hard to move against the flow
I know, but I won’t hide away
I swear I won't walk away
My share’s to be a tougher man to scare
My share, right to the dawn of judgement day
I know, it’s hard to move against the flow
I know, but I won’t hide away
-- Judgement day, de Royal Hunt
A veces la respuesta número uno en una hilera infinita de respuestas a nuestros problemas es darles la espalda y caminar en sentido contrario a ellos, no exactamente huir, sino evadirlos. Es un método bastante bueno, si eres el tipo de persona que prefiere sentirse bien consigo misma a corto plazo y cargar con una vida llena de errores; si eres así, no te juzgo, pero la experiencia te enseñará, así como yo he aprendido, que nadie puede andar con el peso del mundo sobre sus hombros por demasiado tiempo antes de caer exhausto. Es en ese preciso momento en que uno se pregunta ‘¿qué diablos he hecho con mi vida?’.
Pocos son los que se atreven a encarar sus problemas de lleno, a decir ‘tengo un problema y quiero solucionarlo’, y menos aún los que hacen algo al respecto. Los tronos de la comodidad lo son solo hasta que no estamos conformes, hasta que nos falta algo más, situación que nos obliga a tomar acciones o a permanecer en esa comodidad que comienza a ser más una ficción creada por nosotros mismos que la realidad en sí misma. ¿Por qué nos gusta engañarnos para no sentir el golpe de la intranquilidad? Es porque somos humanos, ¿cierto? Esa es solo una milésima parte de la respuesta. Y la más cómoda, he de agregar.
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