domingo, 6 de julio de 2008

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Did not want to see the signs of the dimming flame
I need to have more time

-- Under your tree, de Sonata Arctica

Estaban escritos en las hojas de cuatro árboles contiguos, pero no logro recordar las palabras ahora que no tengo acceso a ellas; apenas sé que cuando las leía por primera y única vez no guardaban un sentido particular, y fue justamente por eso que decidí ir por papel y lápiz para copiarlo y darle una mirada más atenta en la tranquilidad de mi casa. Eran, indudablemente, los deseos de mi alma plasmados en el Arbol de la vida. Pero, ¿cómo imaginar un árbol tan importante dividido en cuatro?

Cuatro puntos cardinales que se cruzan en un punto, en el eje del mundo, donde el cielo y la tierra se conectan entren sí para crear lo que conocemos como “el comienzo de la vida”, una suerte de ombligo u ónfalo mediante el cual la comunicación con los dioses se vuelve posible; así podría imaginarse. Pero, contrario a lo que algunos crean, los ombligos son cicatrices, las primeras que marcan nuestro cuerpo y dan inicio a un sin fin de otras cicatrices (no todas físicas, por supuesto).

El Árbol de la vida puede ser asociado a la inmortalidad, pues se lo relaciona con el Elixir de la vida y con la Piedra filosofal, y en esas premisas baso mi conclusión: los deseos de mi alma buscaban quedar marcados para siempre. Lamentablemente, no sé cuándo volveré a tener acceso a ellas, si es que verdaderamente se da la oportunidad alguna vez; solo me queda soñar. Lo que sí puedo rescatar de todo esto es que la letra con la cual estaban escritos esos deseos me era extrañamente familiar. Fuiste tú quien los escribió, y aún no sé por qué, pero te prometo que lo averiguaré.

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