There’s a light and a darkened road
There’s a night and a fading hope
There was a dream that once was mine
But now it seems it has passed with time
There’s a night and a fading hope
There was a dream that once was mine
But now it seems it has passed with time
-- The other side, de Sirenia
Hoy dio la casualidad de que contesté el teléfono mientras pasaba frente al espejo del pasadizo de mi casa y tuve una sensación extraterrena, por lo que mantuve la conversación mientras me observaba a mí mismo. En base a esta situación, surgió en mí las ganas de experimentas más con esto, por lo que terminé teniendo una mañana bastante inusual frente a espejos.
Ya cuando hablaba por teléfono me veía y sentía algo extraño, como si la persona frente a mí no fuese realmente yo, sino alguien más que me hablaba. Esto me hizo recordar una idea que solía tener de pequeño, que los espejos de las personas estaban interconectados de tal manera que podían verme (admito que de chico tenía un pensamiento bastante ególatra). Esto no me causaba vergüenza, al menos no mucha, sino que me hacía sentir importante, como si fuese lo suficientemente especial como para ser observado. De esto salió otra idea, la de sentir que mi vida estaba siendo grabada o vista por una o varias personas desconocidas (y años más tarde vi la película “The Truman Show” y me sentí bastante identificado).
Una vez que la conversación telefónica terminó, mi mirada permaneció frente a mi reflejo, distorsionando mi imagen y haciéndome parecer alguien más. Este juego lo hacía hace años, me paraba de la misma forma ante un espejo y podía quedarme largos minutos contemplando a la persona que me veía de vuelta, quien dejaba de ser yo cuando alteraba mi visión para cambiar sus rasgos faciales. No estaba loco, ni nada parecido, solo hacía un uso desmedido de mi imaginación.
Cuando creía que la sensación extraterrena experimentada en un principio finalmente había desaparecido, pensé en mi nombre, por una razón que desconozco, y no me vi como dueño de él. Es decir, me llamé varias veces y no sentí que ese fuera mi nombre, más allá de que yo nunca me llamase sino que otras personas lo hicieran; tuve la sensación de que ese nombre no era mío. Me asusté ante la idea al comienzo, tanto así que pensé que soñaba, pero después fui interiorizando esa idea tan abstracta de no ser la persona en el espejo.
Milan Kundera, en uno de sus libros, escribió sobre cómo se sentirían dos personas adultas que nunca antes se hubiesen visto en el espejo. No me acuerdo con exactitud cómo iba el pasaje, pero la idea es que no se reconocerían a sí mismos como dueños del reflejo, sino que verían a la persona del otro lado como alguien completamente extraño, similar a la sensación que yo tuve.
Me encanta sorprenderme así con cosas que solemos tomar como absentas de asombro, cosas a las que nos hemos acostumbrado y a las que tomamos como ordinarias. Ya nada parece ser mágico, pero eso solo es culpa de nosotros mismos, quienes con ojos escépticos miramos la realidad con los matices que queremos darle. Un error que, por mi parte, pienso enmedar.
Ya cuando hablaba por teléfono me veía y sentía algo extraño, como si la persona frente a mí no fuese realmente yo, sino alguien más que me hablaba. Esto me hizo recordar una idea que solía tener de pequeño, que los espejos de las personas estaban interconectados de tal manera que podían verme (admito que de chico tenía un pensamiento bastante ególatra). Esto no me causaba vergüenza, al menos no mucha, sino que me hacía sentir importante, como si fuese lo suficientemente especial como para ser observado. De esto salió otra idea, la de sentir que mi vida estaba siendo grabada o vista por una o varias personas desconocidas (y años más tarde vi la película “The Truman Show” y me sentí bastante identificado).
Una vez que la conversación telefónica terminó, mi mirada permaneció frente a mi reflejo, distorsionando mi imagen y haciéndome parecer alguien más. Este juego lo hacía hace años, me paraba de la misma forma ante un espejo y podía quedarme largos minutos contemplando a la persona que me veía de vuelta, quien dejaba de ser yo cuando alteraba mi visión para cambiar sus rasgos faciales. No estaba loco, ni nada parecido, solo hacía un uso desmedido de mi imaginación.
Cuando creía que la sensación extraterrena experimentada en un principio finalmente había desaparecido, pensé en mi nombre, por una razón que desconozco, y no me vi como dueño de él. Es decir, me llamé varias veces y no sentí que ese fuera mi nombre, más allá de que yo nunca me llamase sino que otras personas lo hicieran; tuve la sensación de que ese nombre no era mío. Me asusté ante la idea al comienzo, tanto así que pensé que soñaba, pero después fui interiorizando esa idea tan abstracta de no ser la persona en el espejo.
Milan Kundera, en uno de sus libros, escribió sobre cómo se sentirían dos personas adultas que nunca antes se hubiesen visto en el espejo. No me acuerdo con exactitud cómo iba el pasaje, pero la idea es que no se reconocerían a sí mismos como dueños del reflejo, sino que verían a la persona del otro lado como alguien completamente extraño, similar a la sensación que yo tuve.
Me encanta sorprenderme así con cosas que solemos tomar como absentas de asombro, cosas a las que nos hemos acostumbrado y a las que tomamos como ordinarias. Ya nada parece ser mágico, pero eso solo es culpa de nosotros mismos, quienes con ojos escépticos miramos la realidad con los matices que queremos darle. Un error que, por mi parte, pienso enmedar.
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