viernes, 5 de diciembre de 2008

Soñar no cuesta nada


What are we made of?
Can we know what we will be?
What are the chances
I can find a better path, a better life, a better me?
What are we made of?
If you think you know the answer
Turn around, think again

-- What are we made of?, de Brian May con Sissel


Toda esta reflexión del “¿qué quiero?” nació gracias a las palabras de mi buen amigo Takashi, quien me hizo repensar una decisión que tomé hace varios meses atrás, y a la que hoy considero como tomada por razones equivocadas, pero ella en sí acertada.

Creí que quería viajar en el verano para salir de la rutina que llevo aquí, especialmente la que me impone la universidad y todo lo que el estudiar para obtener un título supone. Por más que argumentaba que el irme a trabajar a otro país podía ser otra rutina no tan pesada ni larga, sé que me engañaba a mí mismo más que a los demás, pues yo mismo decía inmediatamente “termino clases, el mismo día viajo a trabajar y regreso el primer día de clases para retomar los estudios”, con lo cual daba a entender que nunca escaparía de la rutina, sino que saltaría de una a otra.

¿Qué es lo que quiero de este viaje? A decir verdad, la opción de viajar a trabajar nunca fue la primera, ni siquiera la pensé antes de decidirla. Lo que buscaba era irme de Lima, alejarme de mi familia, vivir independientemente por un tiempo, conocer gente diferente, aprender de otras culturas y encontrar el sentido de mi vida, todo esto en un viaje a cualquier lugar del mundo. Como el dinero limitaba un poco las opciones, pensé que Estados Unidos sería perfecto siempre y cuando mi papá accediera, de lo contrario optaría por quedarme en Perú pero saldría de la capital con ayuda de mis ahorros.

De más está decir que mi papá se negó rotundamente a pagarme un viaje en el que no existía posibilidad de experimentar el aprendizaje que supone trabajar, y se opuso aún más cuando añadí a mi propuesta el dejar un ciclo para descansar. Pude haber aceptado su decisión e irme a cualquier parte del Perú, pero algo me impulsaba a alejarme tanto como pudiese, por lo que saltó a mi mente la idea de entrar en un programa que enviaba a alumnos universitarios a trabajar a Estados Unidos, y así fui convenciendo a mi papá. Lo lamentable es que perdí noción de mis razones para este viaje y acoplé las que otras personas fueron dándome, básicamente la de conseguir dinero, practicar inglés y tener una experiencia de independencia; ninguna parecida a las mías excepto por la última.

Ahora, a un poco más de una semana antes de partir, no cambio mi decisión, pero trato de encontrar la verdadera razón por la que viajo, lo que realmente quiero conseguir con esta experiencia. Sí, el dinero es una fuerte motivación, especialmente porque gasté todo lo que tenía en todo el proceso que supone el estar en uno de estos programas, pero no es lo que me impulsa; si regreso con los bolsillos vacíos no me importará, siempre y cuando haya conseguido lo que busco. Creí que quería independencia y conocer personas diferentes a como dé lugar, y lo quiero, pero no por encima de algo más, algo que tiene mayor peso: el sentido de mi vida.

Suena extraño y hasta un poco absurdo pensar que hallaré el significado de mi existencia trabajando en el extranjero, pero lo importante es entender que no se trata del lugar ni de la acción, sino de las experiencias que hay de por medio. Quiero tomar un descanso de la vida ordinaria que llevo y empezar a vivir algo distinto de lo que conozco, conocer parte del mundo que me he propuesto visitar y hasta tener lo más cercano a lo que podría llamarse aventura. Quiero, en última instancia y por más jalado de los pelos que pueda sonar para algunos, poner a prueba mis creencias y demostrar que el mundo no tiene por qué perder su carácter místico o mágico, y que un soñador puede sentirse aceptado en él después de todo.

[Pinocho me entiende.]

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